Tema central

Digitalización, política e inteligencia artificial
¿Qué futuro podemos esperar?


Nueva Sociedad 283 / Septiembre - Octubre 2019

La digitalización, junto con la «etapa superior» de la inteligencia artificial, anticipa fuertes transformaciones en todas las dimensiones de las relaciones sociales, con impactos en la política que aún no podemos perfilar con precisión. No obstante, ya pueden verse algunos efectos de la «psicopolítica digital» y del control y procesamiento de enormes volúmenes de datos para anticipar el comportamiento humano, maximizar ganancias y perfeccionar la penetración y el control de los mercados, en el marco de una «razón tecnoliberal» en expansión.

Digitalización, política e inteligencia artificial  ¿Qué futuro podemos esperar?

Las revoluciones políticas más importantes se están produciendo en los laboratorios y las empresas tecnológicas. Allí se está decidiendo si el futuro va a estar en nuestras manos y de qué modo. Daniel Innerarity1

Introducción

¿Qué tipo de liderazgo demandará una realidad que se articula cada vez más por consensos que se establecen en las redes? ¿Cómo se construirá lo común, esa amalgama de prioridades, propósitos e intereses que hacen posible la sociedad, en la era de la individuación? ¿Cómo se tomarán decisiones en una realidad signada por la instantaneidad del touch en una pantalla? Las herramientas digitales se expandieron a todos los órdenes existenciales y crearon una cotidianeidad reticular en la que la comunicación fluye arrebatadamente. Los líderes políticos decidirán presionados por la inmediatez, abrumados por una sobreinformación saturada de un barullo que no da tregua para el ejercicio introspectivo.

La digitalización de la vida va a impactar en todas las dimensiones de las relaciones sociales. Solo a modo de ejemplo: ¿cuál será el futuro de la democracia o, de modo más simple, cómo ejerceremos nuestro elemental derecho a decidir libremente si, como se anuncia, la combinación de desarrollos de inteligencia artificial y de biotecnología no solo permitirá interpretar la información que surge de nuestra vida cotidiana, privada, sino también manipular nuestras emociones y comportamientos?

La era digital

La velocidad, extensión e intensidad que exhibe la dinámica de innovación tecnológica están modificando la naturaleza y los patrones que guían las relaciones sociales. Ese masivo proceso de digitalización de información sobre las personas devino en la construcción de una «infoesfera», imponente caja de resonancia que mezcla y reconfigura constantemente las ideas, las emociones y los impulsos emitidos por un número infinito de usuarios en la red.

A este proceso se están incorporando progresivamente desarrollos de inteligencia artificial que están llamados a profundizar y complejizar los cambios en marcha. Son herramientas que procesan información mediante algoritmos, en cantidades y a una velocidad que exceden la capacidad del cerebro humano. La inteligencia artificial lleva consigo la posibilidad del autoaprendizaje, es decir, la capacidad de los algoritmos de incorporar permanentemente nueva información y perfeccionar automáticamente sus recursos para analizarla, lo que permite a las máquinas generar su propio capital cognitivo. El concepto de singularidad, aplicado en el ámbito de la tecnología, hace referencia a este momento, que deviene en crucial instancia en la que las máquinas podrían alcanzar una inteligencia igual o superior a la del ser humano. Es decir, se trata de máquinas (computadoras, robots, softwares) capaces de aprender por sí solas y de mejorarse a sí mismas, susceptibles de inaugurar un inédito proceso de creación de inteligencia. La magnitud de este proceso ha motivado a Henry Kissinger, uno de los más importantes arquitectos del orden mundial del siglo pasado, a expresar lo siguiente:

La tecnología moderna plantea desafíos para el orden y la estabilidad mundial que carecen de todo precedente (...). Personalmente, creo que lo que trae aparejado la inteligencia artificial es crucial (...). Que nuestras propias creaciones posean una capacidad de análisis superior a la nuestra es un problema que deberemos resolver.2

La capacidad de autoaprendizaje aún no es conceptual, sino que se produce en términos de resultados matemáticos, mediante ajustes que van rediseñando los algoritmos. Estos, como representación matemática de la información, no reconocen el contexto ni la perspectiva histórica, de allí que sus resultados deriven de un procedimiento de procesamiento de datos que se concreta en función de los objetivos e intereses del programador.

Capitalismo y vigilancia

La sociedad en red hace que la comunicación fluya de manera incesante, diseminando las huellas de la vida de las personas por el tejido tecnológico. La exposición pública y la vida privada pueden ser grabadas y recopiladas como datos, que pueden ser interpretados y grabados para influir sobre los deseos, aspiraciones y necesidades. La manipulación de grandes volúmenes de datos (big data) pone en marcha una lógica de acumulación que tiene por finalidad la predicción del comportamiento humano para maximizar ganancias y perfeccionar la penetración y el control de los mercados. La información sobre y de las personas deviene en insumo estratégico para la creación de riqueza y de poder. La tecnología de poder que se deriva de esta nueva lógica de acumulación monetiza la intimidad y prioriza, por sobre la propiedad de los medios de producción, la de los medios de manipulación de comportamientos3. Así, cuanta más información sobre una persona se dispone, más posibilidades existen para influir sobre ella. Puntualiza Shoshana Zuboff:

El asalto sobre los datos acerca del comportamiento en el día a día de las personas es tan amplio que las dudas ya no se pueden circunscribir al concepto de privacidad y a sus efectos. Ahora estamos ante otro tipo de desafíos, que amenazan las bases mismas del orden liberal-moderno. Son retos que impactan sobre la integridad política de las sociedades y el futuro de la democracia.4Los algoritmos pueden identificar los miedos, deseos y necesidades, y esa información se puede utilizar en contra de los usuarios. El uso abusivo de estos dispositivos de vigilancia y manipulación podría hacer inviable la democracia representativa y crear una «dictadura informacional»5. En este sentido, Daniel Innerarity precisa:

Los tres elementos que modificarán la política de este siglo son los sistemas cada vez más inteligentes, una tecnología más integrada y una sociedad más cuantificada (…) La gran cuestión hoy es decidir si nuestras vidas deben estar controladas por poderosas máquinas digitales y en qué medida, cómo articular los beneficios de la robotización, automatización y digitalización con aquellos principios de autogobierno que constituyen el núcleo normativo de la organización democrática de las sociedades.6

¿Qué pasará cuando, en pocos años, el cruce entre herramientas de la inteligencia artificial y de la biotecnología abra las puertas a formas aún más novedosas, por lo intrusivas y sofisticadas, de control social? Yuval Harari advierte sobre esta distopía: «El auge de la inteligencia artificial podría eliminar el valor económico o político de la mayoría de los humanos. Al mismo tiempo, las mejoras en biotecnología tal vez posibiliten que la desigualdad económica se traduzca en desigualdad biológica»7.

Aplicar recursos de la inteligencia artificial producirá otro efecto llamado a generar reacciones sociales y políticas: el creciente desempleo por el reemplazo de la mano de obra tradicional. Estas tecnologías trastocarán la relación entre capital y trabajo en las economías de todo el mundo. Aun cuando generen nuevos empleos, se prevé que lo harán en una proporción mucho menor a la de los que destruirán.

Psicopolítica digital

La construcción tecnológica de la personalidad estandariza al ser humano, lo aleja de lo imprevisible, lo sistematiza y codifica, pautando las reacciones, reconfigurando las creencias y afectando el libre ejercicio del juicio personal, instancia germinal e indispensable para el acto político. El espacio de lo político se reduce y los márgenes para el ejercicio de liderazgo se comprimen. El ser digital funge, esencialmente, como un ser individual, protagonista de asociaciones fugaces e inestables. Es el sujeto de una dinámica de atomización social que desmonta el sentido abarcador de lo público. La organización reticular fragmenta el espacio de participación política y conspira contra la gestación de dinámicas de consenso sobre intereses colectivos. La segmentación del público favorece la asociación de voluntades en torno de objetivos parciales, de nicho. De esa manera, las prioridades se alejan de lo común y se sitúan en el plano de lo grupal, temporario y superficial.

El medio digital sumerge al líder político en una realidad sin privacidad, en la sociedad de la comunicación y de la visibilidad-transparencia. Lo expone, lo hace visible. La visibilidad es el resultado natural de las interacciones en la red y la búsqueda de transparencia es una premisa que el ciudadano digital ha interiorizado como fetiche pero que, en el extremo de un ideal absoluto, afecta la toma de decisiones. La excesiva exposición puede atrofiar u oprimir la voluntad del decisor, nublar sus convicciones y debilitar su predisposición a exponer sus creencias. Esta exposición pone en entredicho entonces al líder y al decisor, pone en cuestión la determinación del conductor, afectando una dimensión estratégica de la política. Como señala Byung-Chul Han: «El imperativo de la transparencia sirve sobre todo para desnudar a los políticos, para desenmascararlos, para convertirlos en objeto de escándalo. La reivindicación de la transparencia presupone un espectador que se escandaliza»8.

El ritmo de comunicación constante, espontáneo e inestable descompone las ideas en opiniones, lo que resta densidad a la elaboración ideológica. Debilita la necesidad de asociación y construye retraimiento. Desaparece la idea de conjunto. Éric Sadin lo resume del siguiente modo: «La innovación digital modifica y modela el universo cognitivo, con lo que debilita la posibilidad de la acción política, entendida esta como la implicación voluntaria y libre de los individuos en la construcción del bien común»9. La subjetividad que construye la sociabilidad en red es autorreferencial. La representación autorreferencial es representación de sí mismo, es autorrepresentación que debilita la idea de comunidad y los sentimientos de empatía, que paraliza el sentido de adhesión, la disposición a la lealtad, necesarios para articular la representación. La crisis de representación es otra de las dimensiones estratégicas de la política que se ponen en cuestión. Son precisos, nuevamente, los términos de Han:Nos dirigimos a la época de la psicopolítica digital. Avanza desde una vigilancia pasiva hacia un control activo. Nos precipita a una crisis de la libertad con mayor alcance, pues ahora afecta a la misma voluntad libre. El big data es un instrumento psicopolítico muy eficiente que permite adquirir un conocimiento integral de la dinámica inherente a la sociedad de la comunicación. Se trata de un conocimiento de dominación que permite intervenir en la psique y condicionarla a un nivel prerreflexivo.10

Pulsión tecnototalizadora

Cuarta Revolución Industrial, Revolución Informacional, Revolución Digital: distintas nominaciones para describir el creciente poder global de un orden corporativo concentrado, protagonizado por un grupo de megaempresas que han alcanzado un nivel de influencia sistémico y están cambiando la escala del modelo global de negocios.

Empresas como las estadounidenses Google, Amazon, Facebook, Apple, Microsoft, Amazon, Tesla, Netflix, Airbnb y Uber o las chinas Baidu, Alibaba y Tencent impulsan un cambio de paradigma en el capitalismo global. Participan de un exclusivo club de gigantes ambiciosos, líderes en innovación, que están protagonizando un acelerado y certero proceso de acumulación de poder político, económico, cultural y logístico para erigirse en los creadores de un inédito «modelo industrial-civilizatorio»11.

Siete de las diez mayores empresas globales por capitalización bursátil en el mundo son monopolios tecnológicos. Por ejemplo, el valor bursátil de Microsoft alcanzó este año el billón de dólares, un monto que compite con el pib de México, la decimoquinta economía mundial. Para entrever el grado de influencia que han alcanzado estas empresas, sirve tomar como ejemplo Twitter, un servicio de mensajería por internet que, se calcula, hace circular unos 500 millones de intercambios por día. Si partimos de la premisa de que cada tuit contiene unas 20 palabras promedio, el volumen de contenidos que se publican en Twitter en un solo día equivale al que, se estima, produjo un diario tradicional de una gran ciudad, por ejemplo The New York Times, en 182 años.

Las grandes corporaciones tecnológicas se expanden poniendo bajo control nuevas áreas de la economía y utilizando recursos tecnológicos que optimizan las condiciones de conectividad y la velocidad de los procesadores. Se estima que las velocidades de cálculo se duplican cada 18 meses y que la conectividad se duplica a un ritmo apenas más lento. Estas megaempresas interpretan y ejecutan, en los hechos, una ideología universalizadora tecnoliberal que les sirve como argumento de legitimación. Postulan la razón tecnocientífica que presenta a la tecnología como la herramienta definitiva, aquella que resolverá los problemas pendientes del ser humano. La ontología tecnolibertaria consiste en descalificar la acción humana en beneficio de un ser computacional, que se juzga superior. La inteligencia artificial representa la mayor potencia política de la historia, ya que se la convoca a personificar una forma de superyó dotado en una presunción de verdad que orienta nuestras acciones, individuales y colectivas, hacia el mejor de los mundos posibles12.

La razón tecnoliberal da rienda suelta a un capitalismo precarizador, extremo, que a la vez que entroniza una cotidianeidad actuada por individuos sin identidad ni vínculos consolidados, disgrega las formas de organización y convivencia inherentes a la comunidad humana, vaciando de sentido las estructuras de solidaridad comunitarias, desde la familia hasta los sindicatos, la escuela, la universidad y, por último, el Estado.

Conclusiones

Los excesos del imperio de la conectividad inhiben las posibilidades de reflexión, la inmediatez provoca inseguridad y sesga la introspección. El desarrollo del conflicto político comienza a articularse en el plano de la información, a medida que se aleja del espacio físico, lo que expone al decisor político a la tentación de una respuesta simple, emocional y efectista. Los consensos que surgen de la sociedad en red recrean valores, referencias y símbolos que nacen de la búsqueda de asentimiento antes que de la meditación. Son resultados que no han sido tamizados por la experiencia ni la perspectiva histórica.

Si desde siempre el ejercicio del liderazgo necesitó del contexto y de la historia, y del conocimiento por encima de la información, hoy y cada vez más deberá lidiar con prácticas que ponen en juego estrategias de marketing y eslóganes previstos para obtener la aprobación inmediata. La omnipresencia de lo digital está destruyendo los tejidos de confianza que mantuvieron unido al conjunto social, pero a una velocidad tal que instituciones y decisores no se pueden adaptar; así, es poco lo que pueden hacer para repararlos. Estas dinámicas nos conducen a un futuro que estará signado por un andamiaje tecnológico con capacidades potencialmente absolutas que es preciso humanizar. Se trata de prestaciones que ponen en cuestión el tipo de organización social que las cobijará y que aún demandan un anclaje ético y un conjunto de postulados filosóficos que las rijan.


Nota: este texto integra el volumen Futuros: miradas desde las humanidades, coordinado por Andrés Kozel, Martín Bergel y Valeria Llobet, de próxima aparición en la colección Futuros (FUNINTEC / UNSAM Edita). Foto: Mike MacKenzie
  • 1.

    Enzo Girardi: es docente de la Maestría en Estudios Latinoamericanos del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional de San Martín (unsam) y coordinador del grupo Cibersociedad, Ciberdefensa, Ciberseguridad, Protección de Datos Personales (c3pd) en esa misma universidad.Palabras claves: digitalización, inteligencia artificial, psicopolítica digital, razón tecnoliberal.Nota: este texto integra el volumen Futuros: miradas desde las humanidades, coordinado por Andrés Kozel, Martín Bergel y Valeria Llobet, de próxima aparición en la colección Futuros (funintec / unsam Edita).. «Lo digital es lo político» en La Vanguardia, 11/3/2019.

  • 2.

    Ver Allan Dafoe: «The ai Revolution and International Politics» en YouTube, 17/7/2017, www.youtube.com/watch?v=zef-mIkjhak. Para conocer con mayor detalle el pensamiento del ex-secretario de Estado norteamericano sobre la emergencia de la inteligencia artificial, v. H. Kissinger: Orden mundial, Debate, Buenos Aires, 2016.

  • 3.

    S. Zuboff: «Big Other: Surveillance Capitalism and the Prospects of an Information Civilization» en Journal of Information Technology vol. 30, 2015.

  • 4.

    S. Zuboff: «The Secrets of Surveillance Capitalism» en Franfurter Allgemeine, 5/3/2016.

  • 5.

    Martin Hilbert: «La democracia no está preparada para la era digital y está siendo destruida» en La Nación, 10/4/2017.

  • 6.

    D. Innerarity: ob. cit.

  • 7.

    Y. Harari: «Why Technology Favors Tyranny» en The Atlantic, 10/2018, p. 98.

  • 8.

    B.-C. Han: Psicopolítica, Herder, Barcelona, 2014, p. 11.

  • 9.

    É. Sadin: La silicolonización del mundo, Caja Negra, Buenos Aires, 2018, p. 96.

  • 10.

    B.-C. Han: ob. cit., p. 39.

  • 11.

    É. Sadin: ob. cit.

  • 12.

    Ibíd., p. 109.

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