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El pueblo, el gobierno y las realidades paralelas en Cuba


Nueva Sociedad 295 / Septiembre - Octubre 2021

Sobre las protestas sociales del 11 de julio de 2021 en Cuba, hay muchas versiones e interpretaciones. La verdad suele ser un concepto flexible que se ajusta al punto de vista, la posición y el deseo de los distintos actores sociales, dentro y fuera de la isla. Lo cierto es que, en un contexto de creciente precariedad de la vida, diferentes sectores, sobre todo humildes, salieron a las calles en un hecho inédito. 

El pueblo, el gobierno y las realidades paralelas en Cuba

Sobre los sucesos del 11 de julio de 2021 en Cuba, podría decirse que el consenso se reduce a que ese día miles de personas salieron a las calles. Es todo. Quiénes eran, qué buscaban, por qué salieron, qué pasó durante y después, etc. son cuestiones en disputa. Para unos, fueron protestas sociales espontáneas, un estallido ante la crítica situación nacional; para el gobierno, fueron disturbios en los que participaron mercenarios, contrarrevolucionarios y revolucionarios «confundidos» por la propaganda mediática enemiga. Para unos, fue un día histórico, por primera vez de forma masiva después de 1959 el pueblo salía a las calles a reclamar cambios; para el gobierno, fue una jornada heroica que demostró, a través de la respuesta oficialista, el respaldo a la Revolución. La realidad es que fueron las dos cosas. Cualquier elección que opte solo por ver un lado desconoce parte de la verdad. En un intento de objetividad, los hechos de ese día podrían sintetizarse así:

- En horas cercanas al mediodía, en el poblado de San Antonio de los Baños, a 35 kilómetros de La Habana, un grupo de personas reunidas frente a la iglesia comenzaron a manifestar sus insatisfacciones sociales y políticas.

- Las redes sociales esparcieron la noticia; en cuestión de horas, la llama se extendió a otras localidades y las manifestaciones llegaron a ser más de 60 en todas las provincias del país.

- El presidente Miguel Díaz-Canel llegó a San Antonio de los Baños junto con un equipo de gobierno para tratar de controlar la situación.

- En la tarde, en televisión nacional, el presidente informó de los sucesos y cerró sus palabras con la polémica frase: «¡La orden de combate está dada! ¡A la calle los revolucionarios!».

- En las calles hubo protestas pacíficas, enfrentamientos, expresiones a favor y en contra del gobierno. También hubo saqueos de tiendas en divisas y acciones contra la policía. En cada territorio tuvieron características diferentes.

- Se interrumpieron los servicios de datos móviles y se bloqueó el acceso a plataformas como Facebook y WhatsApp.

- Las fuerzas del orden público respondieron contra los manifestantes con violencia excesiva en algunos casos, en especial contra aquellos que documentaban los sucesos.

- Al final del día, los manifestantes se replegaron y quedó un saldo de cientos de detenidos. Todavía hoy se desconocen los números totales.Sin embargo, estos elementos no son suficientes para comprender la diversidad de actores, intereses y acontecimientos que se extendieron después del 11 de julio, en un escenario político que lleva años alimentando la polarización. Este no fue un hecho aislado o inexplicable; se reconozca o no, la protesta fue un parteaguas, un golpe de efecto incuestionable para quienes intentan mirar a otro lado o tapar el sol con un dedo. La realidad se impuso ante quienes piensan que la sociedad cubana es la misma de hace 20 años, confiada y utópica. Puso en evidencia la fractura del pacto social y su calado.

El pueblo, dividido

No hubo permiso para protestar o manifestarse. Tampoco organización ni liderazgo, aunque el discurso oficial cuestione que las movilizaciones fueran espontáneas. El elemento sorpresa hizo posibles los hechos, pues jugó con la capacidad de reacción del poder y lo descolocó.

El derecho a manifestación está reconocido en el artículo 56 de la Constitución aprobada en 2019, pero en la práctica no existen instrumentos legales que establezcan las formas de ejercitarlo. No hay reglas claras sobre cómo se puede ejercer ese derecho. Pensar en obtener permisos para organizar una protesta como la del 11 de julio no cabe en el contexto cubano; sin embargo, tampoco esto deslegitima o ilegaliza los hechos. A ello se suma la falta de experiencia popular en las calles.

Aspirar a que los reclamos fueran un acto de civismo ejemplar, con objetivos establecidos y comedidos, como un mecanismo de reloj, es cuanto menos absurdo. No fue así en ningún bando. Fueron protestas reactivas, emocionales y cuya marca fue la «bravuconería» nacional.

Es importante mirar también a los sujetos de las acciones. Salieron a las calles personas de todas las edades, desde adolescentes hasta ancianos provenientes, en lo fundamental, de barrios humildes. A la calle no salieron las elites intelectuales o artísticas, aunque hubo alguna representación de esos sectores; allí estaba una parte de las personas que hacen largas filas para acceder a bienes de primera necesidad, quienes se han cansado, quienes están desempleados, quienes a pesar de más 60 años de Revolución cargan sobre sus espaldas la herencia de la desigualdad racial, los colectivos lgbti+ y otros sujetos con derechos pospuestos o vulnerados, quienes han sido marginados por la sociedad, quienes no tienen formas de comunicación directa con el poder, las hijas y los hijos de la cultura del reguetón. Allí estuvo la clase popular, la menos favorecida. Ahí también hay un mensaje, porque en la Revolución «de los humildes y para los humildes» siguen siendo ellos los más olvidados e incomprendidos.

Gritaban diversas consignas, algunas históricas como «El pueblo unido jamás será vencido», y también «Díaz-Canel, singao», «Patria y vida», o simplemente «comida», «medicinas», o «democracia». La más extendida fue «libertad», que podría apelar a un sentido de dignidad que para cada uno tiene un significado distinto. También se oía, de vez en vez, «No tenemos miedo». Este era un acto de valor, un atrevimiento, y el colectivo lo sabía; aunque nadie se detendría a pensar en las consecuencias en ese instante, tampoco era posible preverlas.

En voz baja, al compañero de al lado a veces se le escuchaba: «¿Hasta cuándo?», «Esto no hay quien lo aguante», y se asentía. Era un sentimiento compartido, el tema más popular entre dos cubanos cualesquiera en el último año.

Los escenarios de las protestas fueron las zonas céntricas y los barrios pobres. En La Habana, por ejemplo, se concentraron en 10 de Octubre, Centro Habana, Habana Vieja. Municipios con alta densidad poblacional, con las peores condiciones de vivienda y grandes contrastes sociales. Las zonas residenciales, como el municipio Playa, donde viven muchos de los dirigentes, empresarios y diplomáticos, no fue un espacio del levantamiento. En algunas fotos, se observa a las personas con brazos en alto, en señal de paz. Aunque no fue generalizado, para una parte no despreciable de quienes asistieron sí era una intención.

También estuvieron los representantes de organizaciones políticas y de masas, los dirigentes de la Juventud y del Partido Comunista, los trabajadores estatales, los «revolucionarios» para defenderse y «rescatar» las calles. Para evidenciar, en el espacio público, el respaldo al gobierno. El contrapeso. Llevaban banderas, afiches e incluso equipos de sonido. A la protesta, una contraprotesta, que tuvo tintes de violencia, pero esta sí fue «legítima».

Cuando Díaz-Canel explicó al día siguiente que su llamado a recuperar las calles «para los revolucionarios» no fue para enfrentar al pueblo, sino para defender la Revolución y denunció que «los manifestantes respondieron con violencia y el pueblo se defiende», redujo su concepción del pueblo solo a los «revolucionarios» y parcializó su responsabilidad hacia toda la población cubana; incluso los «delincuentes», «mercenarios» y «confundidos» son parte de ese pueblo. Y justificó la violencia siempre que fuera para «defender a la Revolución». Dividió. Del mismo modo, el gobierno divide a la sociedad entre los de afuera y los de adentro, despojando a los primeros de toda participación en la política del país, aunque contribuyan con sus remesas de forma decisiva a los ingresos de la economía nacional, aunque sigan siendo cubanos.

Hay migrantes cubanos en todo el mundo; ese es uno de los signos de la nación. Según las investigaciones demográficas, han emigrado por razones principalmente económicas, pero cuando una persona decide abandonar su tierra y su familia porque es incapaz de satisfacer allí sus necesidades materiales y espirituales, en especial en un país en el cual todo está mediado por la ideología, sus motivos son también políticos. Por eso, el día 11 y los sucesivos, las acciones trascendieron las fronteras nacionales y hubo expresiones simbólicas en ciudades como Madrid, Barcelona, Toronto, Ciudad de México, Santiago de Chile, Miami, Washington y otras. El pueblo que participó con reclamos legítimos y que ha sido víctima de una criminalización posterior, de juicios –en algunos casos, sin abogado, según reconoció el medio oficial Cubadebate1, de multas y otros abusos físicos y psicológicos, es un pueblo más herido.

La política, invisible

En Cuba hay más de una realidad, como también hay más de una opinión política, pero la mayoría de ellas son invisibles ante la hegemonía oficial. La «unidad» se ha convertido en un concepto teórico y abstracto. Por unidad se entiende la imposibilidad de expresarse en contra del poder dominante, no digamos ya presionar o ejercer contrapoder. Expresarse es un signo de herejía. Por tanto, esa búsqueda de «unidad» deriva en actos discriminatorios, excluyentes y marginalizadores. Para la política cubana, «todo el que no está conmigo, está contra mí».

El gobierno actúa a la defensiva, más que a la ofensiva. Vive del pasado y eso le pasa factura. En los últimos años, los esfuerzos de la política se han centrado en tratar de mantener las conquistas alcanzadas. El proyecto de justicia social con acceso universal y gratuito a la educación y la salud, seguridad social, garantías de empleo, salario y alimentación básica, no ha sido sostenible. Con los años, lejos de avanzar, se retrocede. 

Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución (conocidos como los «Lineamientos»), Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social 2030, Tarea Ordenamiento… Un plan tras otro, un congreso del Partido tras otro, un fracaso tras otro. La economía cubana no logra impactar de forma positiva en la vida material de las personas, no tiene logros visibles, no crece lo suficiente. Mientras, continúan las inversiones en la construcción de nuevos hoteles –incluso en pandemia– y la agricultura no despega.

La política de los últimos años es grosera, gritona, sobre todo en el ámbito internacional. Diplomáticos que dan gritos en la Organización de las Naciones Unidas (onu)2, que interrumpen e impiden el debate como acto de defensa; políticos que quedan en ridículo repitiendo consignas vacías, omitiendo hechos de la realidad nacional y dando respuestas evasivas a la prensa3. A eso se suman escándalos por el derroche y la especulación de familiares de los principales dirigentes4. Todo ello es un dardo directo contra la credibilidad oficial. Además, el discurso no conecta con una parte importante de la ciudadanía que necesita nuevos códigos. Necesita un presidente que le hable directo al pueblo, y no que mande señales al enemigo o regañe a los dirigentes en televisión nacional. Necesita una política con identidad propia.

En el caso del 11 de julio, el discurso oficial fue cambiando de la arrogancia a la conciliación. Pero sin ceder. Ambiguo. Se tomaron medidas, temporales, muy reclamadas por la población, como la libre importación de alimentos y medicinas y la asignación de una libreta de abastecimiento –con la que el gobierno distribuye una cuota básica de alimentos y aseo– a aquellas personas que la necesitan: más de 200.0005. Pero se aclaró que esas medidas no eran resultado de las protestas. Mientras al pueblo se le sigue pidiendo que confíe, hay errores que no se reconocen, hay cambios de opinión que no se pueden prever, hay inestabilidad en las decisiones políticas, demoras en el marco legal, uso discrecional de la ley con intereses políticos, burocracia, silencio, falta de transparencia pública, falta de fiscalización y control popular, entre otras cosas. Hoy el contexto ha cambiado, ya no están los dirigentes históricos. Por tanto, la legitimidad de los actuales actores políticos es cuestionada en cada decisión, se les exige creatividad y capacidad y, sobre todo, ser medianamente eficientes en superar el bloqueo impuesto por Estados Unidos hace más de 60 años. Una condición injusta y cruel que afecta tanto al gobierno como al pueblo cubanos, pero que no depende de transformaciones internas y tampoco puede ser una justificación inmovilista para el desarrollo nacional. Desconocer las causas y la legitimidad de la protesta como un derecho, justificar la violencia, ocultar información sobre los procesos penales y los detenidos y criminalizar a todos los participantes construye una realidad paralela, de laboratorio, que solo funciona en una burbuja política. 

La política necesita ser más transparente, pública, expresar sus contradicciones como la realidad para que represente y solucione. Una falsa unidad, que esconde la basura bajo la alfombra, impide a la sociedad ser operativa y práctica. Una política invisible envenena sus posibilidades de cambio y transformación; la invalida ante hechos como el 11 de julio y a futuro.

Las fuerzas del orden, sin límites

Es cierto que en el resto de América Latina, eeuu e incluso Europa la brutalidad policial, en la represión de las protestas callejeras, es mayor que en Cuba. Pero eso tampoco justifica los excesos de las fuerzas del orden. No hay reportes de gases lacrimógenos ni otros métodos antidisturbios, pero sí hubo lesiones y disparos. En las calles estaban la policía, los militares, las fuerzas especiales y gran número de oficiales vestidos de civil, algunos armados. Además, sacaron a jóvenes en periodo de servicio militar –que no pueden negarse a cumplir órdenes– vestidos de civil y con palos. Salieron, en general, con deseos e intenciones de dar golpes, actuaron con rabia, con desquite. Se sentían con derecho a reprimir y a expresar su fuerza –no siempre para defenderse–. Este hecho es, quizá, el más grave de los ocurridos el 11 de julio. Un límite peligroso que no se debió cruzar, pero se necesitaba que alguien lo estableciera y no pasó. Nadie recordó que el principal encargo policial es proteger al pueblo. Esto pone sobre la mesa, además, otros temas, como la compra de armamento militar, el gasto de defensa, los protocolos de las fuerzas policiales y su actuación ante hechos sociales; cuestiones que debieran formar parte de la agenda pública. 

Como resultado de las protestas, oficialmente solo falleció una persona: Diubis Laurencio Tejeda, de 36 años. En la nota del Ministerio del Interior, se hacía referencia a sus antecedentes penales, como si eso justificara su muerte. Pero la violencia no solo ocurrió en las calles, continuó durante las detenciones en las estaciones policiales: maltratos, abusos de poder, restricción de alimentos y ausencia de derechos constitucionales han sido parte de los testimonios en días posteriores6. De hecho, la represión selectiva, más que la represión masiva, ha sido la estrategia de la Seguridad del Estado durante décadas. Hasta el momento, no ha habido un pronunciamiento oficial que proponga o reconozca alguna revisión pública a las fuerzas del orden por su actuación durante las protestas.

Los medios de comunicación, protagonistas

La principal fuente de información de la que hoy disponemos sobre los hechos es resultado de reportes ciudadanos. Videos y fotos que los propios participantes compartieron por redes sociales nutren el relato de los hechos. Con toda certeza, la apertura en Cuba del acceso a internet habilitó otras posibilidades para la expansión de las protestas. Antes de diciembre de 2018, cuando se abrió el servicio de datos móviles, y sin las experiencias de articulación ciudadana que han ocurrido después, es probable que las protestas no hubieran ocurrido, al menos no como ocurrieron. 

En el espacio digital, sobre todo en Twitter, en los días anteriores se había posicionado el hashtag #sosmatanzas, derivando en #soscuba, a raíz de la situación sanitaria, y se sumaron influencers y personalidades internacionales7 para hablar de ayuda humanitaria. Estas acciones también fueron denunciadas por el gobierno como parte de la guerra mediática. El acceso a internet como catalizador y herramienta de articulación explica el blackout de datos móviles durante el 11 de julio y los días posteriores como una medida represiva para limitar la comunicación.

La polarización en el ámbito mediático cubano, sobre todo en el espacio de redes sociales, donde prevalece un discurso de odio y posiciones poco favorables al diálogo, tanto en contra como a favor del gobierno, tergiversa, magnifica o desconoce los sucesos. Las desinformaciones asociadas a las protestas no tardaron en aparecer e involucraron a prestigiosos medios, como el diario abc de España, que se hizo eco de una supuesta fuga de Raúl Castro8. Videos de otras fechas, supuestos asesinatos, así como frases e imágenes descontextualizadas todavía circulan en la web. 

Por su parte, los medios oficiales cubanos solo cuentan la versión gubernamental. Ni la televisión nacional –como es habitual– ni ningún otro medio hicieron una cobertura propia de los sucesos. Tiempo después, mostraron imágenes de los «mítines revolucionarios» y reprodujeron, sin un solo cuestionamiento o ampliación, el discurso oficial, omitiendo parte de los hechos. Solo después de que el gobierno habla de un tema, la prensa oficial publica algo al respecto.

Desde el propio día 11, el presidente de la Unión de Periodistas de Cuba publicó que los miembros de esa organización estarían «junto al pueblo cubano en defensa de su honra y de sus derechos y alertándolo del grave escenario de guerra de cuarta generación y mezquino y mentiroso cerco mediático que se le impone al país». De esta manera, hacía patente la postura oficial frente a los hechos: la justificación de lo ocurrido debido a «una agresión comunicacional orquestada desde el exterior».

Los siempre presentes intereses externos

La vida en Cuba, guste o no, está estrechamente vinculada a la política estadounidense. De ella dependen desde el funcionamiento del gobierno hasta las familias. Por tanto, la relación entre eeuu y Cuba, en la que intervienen múltiples actores de ambos lados y tensan en distintas direcciones, es permanente, aunque no siempre pública. La existencia del bloqueo económico, comercial y financiero hace más de 60 años, el financiamiento sostenido a programas contra el gobierno de la isla, las declaraciones del ex-presidente Barack Obama en 2017 sobre «un cambio de estrategia, no de objetivo», las 243 medidas adicionales aprobadas por Donald Trump y el cierre de la embajada en La Habana son solo algunos ejemplos de la incidencia estadounidense en la actual situación económica y social de Cuba. 

Por tanto, las protestas también fueron el marco para que un grupo de intereses externos contrarios al gobierno se afilaran los dientes, proclamando que la hora de Cuba había llegado y tratando de escalar los hechos para forzar una situación de ingobernabilidad. Se pagaron e incentivaron actos de vandalismo y violencia. Algo clásico, que no por reiterado deja de ser cierto. Pero su existencia tampoco anula otros intereses legítimos. 

La intervención extranjera y una guerra civil no son opciones deseables por la mayoría del país, aunque muchas veces desde el exterior se vean como «la solución a todos los males».

El 12 de julio, el presidente de eeuu, Joe Biden, declaró en un comunicado de la Casa Blanca que apoyaba al pueblo de Cuba en su llamado a la libertad, aunque descartó una intervención militar. Para el jueves 22, impuso nuevas sanciones al ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba, Álvaro López Miera, y a la Brigada Especial Nacional del Ministerio del Interior cubano al incluirlos en la lista negra de la Oficina de Control de Activos Extranjeros (ofac), lo que les prohíbe acceder al sistema financiero estadounidense9. El 31 de julio se reunió con representantes de la comunidad cubanoamericana.

Otros actores internacionales –gobiernos, organizaciones y partidos– se han pronunciado sobre los hechos que despiertan la curiosidad, el interés y la solidaridad con la isla, que ha tenido un importante papel en la geopolítica internacional y sobre la que el mundo tiene pasiones encontradas.

Interpretar el significado de las protestas solo como resultado de un «golpe blando» orquestado desde eeuu y como una acción de manipulación mediática desconoce la complejidad, la responsabilidad y las múltiples motivaciones de quienes se expresaron en el interior del país. Establece una distancia política con una parte creciente de la ciudadanía, desconoce el derecho a la manifestación –lo que se ha hecho más evidente en las sanciones impuestas a los participantes– y niega la posibilidad de un diálogo sincero y crítico sobre la situación actual del país, las prioridades establecidas y las demandas sociales. Reduce, en síntesis, las posibilidades de participación real. 

El 11 de julio ocurrió un hecho inédito para Cuba, más allá de simplificaciones y visiones segmentadas, que presionó y demostró que la sociedad no está inmóvil. 

La polarización se alimenta y robustece cada día: es política de Estado, es respuesta ciudadana, es resultado de conflictos históricos enquistados. Las causas inmediatas de las protestas están relacionadas con un agravamiento de las condiciones materiales del país y una precarización creciente de la vida10. Crisis económica, dolarización de la economía, disminución de la capacidad adquisitiva del salario, escasez de medicinas y alimentos, roturas e inestabilidad del suministro de agua potable y de electricidad, colapso del sistema sanitario ante el aumento de casos de covid-19; pero también hay desgaste político, cansancio, falta de confianza y, sobre todo, de esperanza.

  • 1.

    Oscar Figueredo Reinaldo: «Así marchan las investigaciones penales tras los sucesos del 11 de julio en Cuba» en Cubadebate, 4/8/2021.

  • 2.

    «Cuba usa gritos y ruido para acallar denuncia de eeuu sobre presos políticos» en Agencia EFE, 16/10/2018.

  • 3.

    Glenda Boza Ibarra: «Canciller cubano: manipulación, omisión y medias verdades» en eltoque, 15/7/2021.

  • 4.

    «Nieto de Fidel Castro publicó video tras polémica por conducir un Mercedes Benz» en Semana, 5/3/2021.

  • 5.

    AAVV: «Detalles sobre las medidas económicas anunciadas por el Gobierno cubano» en Cubadebate, 16/7/2021.

  • 6.

    Eloy Viera Cañive: «El testimonio de Gabriela Zequeira describe un acto de tortura» en eltoque, 30/7/2021.

  • 7.

    «SOS Matanzas ¿cómo puedo ayudar?» en vistar, 9/7/2021.

  • 8.

    DeFacto: «Desinformaciones en el contexto de las protestas» en eltoque, 21/7/2021.

  • 9.

    Aamer Madhani y Matthew Lee: «Estados Unidos anuncia nuevas sanciones a Cuba» en Los Angeles Times, 22/7/2021.

  • 10.

    J. Dominguez Delgado: «¿Por qué estallaron las protestas en Cuba?» en eltoque, 13/7/2021.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista
ISSN: 0251-3552
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