Irán y América Latina: más cerca por una coyuntura de futuro incierto
Nueva Sociedad 246 / Julio - Agosto 2013
Desde mediados de la década de 2000, varias naciones latinoamericanas han estrechado sensiblemente sus vínculos con Irán. El presidente Mahmud Ahmadineyad visitó varias veces los países del bloque bolivariano liderado por Venezuela, y los lazos políticos y económicos han tomado nuevos bríos. ¿Cómo fue el proceso que habilitó el acercamiento de países con historias, culturas y regímenes políticos tan distantes? ¿Qué valores comparten los países latinoamericanos con el régimen de Teherán? ¿Hasta qué punto estas relaciones dependen de las coyunturas, tanto iraníes como latinoamericanas? El artículo responde estas preguntas y brinda claves de lectura para contextualizar los nuevos ejes geopolíticos soberanistas del mundo actual.
Irán y algunos países latinoamericanos mantienen desde hace algunos años relaciones novedosas y cada vez más intensas. Desde 2005 se perciben intercambios crecientes de toda naturaleza, especialmente con Venezuela, Ecuador, Bolivia y Argentina. El presidente iraní Mahmud Ahmadineyad viajó tres veces a América Latina desde principios de 2013, para asistir a tres actos protocolares: el funeral de Hugo Chávez, la toma de posesión de Nicolás Maduro y la asunción del reelecto presidente ecuatoriano Rafael Correa. Por otra parte, los ministros de Relaciones Exteriores argentino e iraní firmaron en Etiopía, el 27 de enero de 2013, un compromiso relativo al tratamiento judicial de un atentado cometido en Buenos Aires en 1994 y atribuido a figuras del poder iraní1.
Este acercamiento llamó la atención de los medios de comunicación y de varios gobiernos. En el caso estadounidense y europeo, predomina la preocupación; en otras latitudes, se impone la simpatía. Pero sin duda nadie queda indiferente. Las ambiciones nucleares iraníes, junto con su régimen confesional, focalizaron todas las miradas críticas. Por el contrario, su desafío permanente a Washington es visto con aprobación en muchos países de la periferia. Y todo ello se produce en un contexto particular de América Latina: luego del fin de las dictaduras, la construcción de la paz en América Central y la consolidación de la democracia en los países del Cono Sur, la región se beneficia de una fuerte simpatía global tanto en las instituciones como en los pueblos. Y esas realidades transmiten percepciones contradictorias que pueden traducirse en preguntas: ¿por qué Irán y ciertos países como Venezuela, Brasil, Bolivia, Cuba, Ecuador o Nicaragua, tan alejados geográfica, cultural e ideológicamente, y sin un pasado compartido, llegaron a acercamientos tan estrechos? ¿Cuál es el contenido de estas confluencias? ¿Anuncia este alineamiento una nueva división del mundo, que opone a Occidente, como en la época de la Guerra Fría, a una contraparte que le disputa la hegemonía mundial?
Para responder a estas preguntas en el marco necesariamente limitado de un artículo, adoptamos una metodología de investigación sin duda elemental, pero capaz de abrir caminos para comprender mejor estos fenómenos. Vamos, entonces, a intentar «desarmar» la problemática en partes, como si fuese una computadora, que tiene un componente material y otro programático. Primero, entonces, vamos a brindar una «fotografía» de las relaciones bilaterales Irán-América Latina que permita medir su dimensión real. Una idea más precisa de estas relaciones, en su intensidad y calidad, puede en efecto permitirnos una aproximación a las lógicas políticas que las encarrilan2.
Una relación ampliada y consolidada a partir de 2005
Históricamente, las relaciones de América Latina con Irán fueron casi inexistentes. El Irán imperial mantenía vínculos diplomáticos formales con pocos países latinoamericanos: con Argentina, desde 1902; con Brasil y Uruguay, desde 1903; con México, desde 1937, y con Venezuela desde 1947. El petróleo, fuente principal de los recursos iraníes, había abierto una nueva vía de contacto con la Venezuela de Carlos Andrés Pérez, iniciadora de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). El sha Reza Pahlevi visitó Caracas en 1975, y Carlos Andrés Pérez viajó a Teherán en 1977. Más tarde, la Revolución Islámica de 1979, que derrocó la monarquía, no supuso cambios cualitativos en la relación mutua. Apenas se pueden señalar algunos contactos y proyectos, aunque podrían analizarse hoy día, con la perspectiva del tiempo acumulado, como pasos premonitorios.
Entre 1986 y 1991, Argentina e Irán establecieron una cooperación nuclear civil bajo control de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA). El proyecto agotó rápidamente sus potencialidades por dos razones. Por un lado, contradecía otros proyectos desarrollados entre Argentina, Egipto e Iraq (especialmente el programa llamado Cóndor II). Por el otro, la guerra entre Irán e Iraq, el alineamiento político-militar de Argentina con Estados Unidos y la participación argentina en la primera Guerra del Golfo llevaron a la nación sudamericana a suspender toda forma de cooperación con la Organización Iraní de Energía Atómica (AEOI, por sus siglas en inglés) en 1991, ya bajo el gobierno de Carlos Menem. Unos años más tarde, en 2000, Irán participó otra vez en Caracas en una reunión de la OPEP. Chávez estaba ya en el poder. Y a partir de ese evento hubo, efectivamente, una aproximación, pero aún limitada; era una relación bilateral y de poca densidad. Más tarde, el jefe de Estado venezolano se desplazó tres veces a Irán entre 2000 y 2005. Y en el mismo periodo, su homólogo Mohamad Khatami (jefe de Estado entre 1997 y 2005) visitó Caracas en tres oportunidades.
Pero la llegada de Mahmud Ahmadineyad a la presidencia iraní, en 2005, coincidió con el ascenso casi simultáneo al gobierno de dirigentes nacionalistas y de centroizquierda en América del Sur: Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil (2003), Néstor Kirchner en Argentina (2003), Evo Morales en Bolivia (2006) y, poco tiempo después, Rafael Correa en Ecuador (2007), Fernando Lugo en Paraguay (2008) y José «Pepe» Mujica en Uruguay (2010); estos cambios conllevaron una diversificación y extensión de las relaciones. El nuevo presidente iraní se desplazó cuatro veces a América Latina entre 2006 y 2010; dos veces más en 2012 y tres entre enero y mayo de 20133. Visitó Venezuela en cada uno de estos viajes, pero también Bolivia (en dos oportunidades), Brasil, Cuba, Ecuador y Nicaragua. Los presidentes de estos países latinoamericanos devolvieron estas visitas: Chávez estuvo seis veces en Teherán, Evo Morales en dos ocasiones, y Rafael Correa, Lula y Daniel Ortega viajaron en una oportunidad. Después de los jefes de Estado, ministros y diputados intercambiaron visitas cruzadas.
Pero más allá de estos viajes, por primera vez las relaciones iraníes-latinoamericanas se materializaron en algo más que visitas. Las dos partes dieron más importancia a sus representaciones diplomáticas. Irán abrió embajadas en Bolivia, Colombia, Chile, Nicaragua (2007), San Vicente y Granadina (2008) y Ecuador (2009); Bolivia inauguró una legación en Teherán. A ambos lados, los poderes respectivos han creado instrumentos de conocimiento mutuo. Después de un seminario internacional dedicado a América Latina, organizado en 2007 en Teherán, el Instituto Iraní de Estudios Políticos Internacionales (IPIS, por sus siglas en inglés) creó un departamento dedicado al mundo hispanohablante, al tiempo que Ahmadineyad nombraba cuatro asesores regionales en 2010. Uno de ellos fue especialmente encargado de los temas de América Latina. Del lado latinoamericano, algunas universidades crearon espacios específicos para responder las demandas de los Estados, como el Centro de Estudios del Medio Oriente Contemporáneo (Cemoc), que funciona desde 2002 en la ciudad argentina de Córdoba, y en 2011, en Heredia (Costa Rica), se fundó el Centro de Estudios de Medio Oriente y África del Norte (Cemoan).
Estas instancias facilitaron la firma de variados acuerdos y tratados. Por ejemplo, en 2007, Irán se integró a la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), creada por iniciativa de Venezuela. Adicionalmente, Irán y Cuba activaron conferencias económicas conjuntas en 1986, y Brasil e Irán crearon un foro de diálogo en 1999. La lista sigue: en 2002, Caracas y Teherán constituyeron una comisión mixta para asegurar el seguimiento de su cooperación (entre 2000 y 2011 fueron suscriptos 271 tratados4). Paralelamente, Bolivia e Irán instituyeron un dispositivo de consultas políticas en 2007 (se firmaron decenas de acuerdos bilaterales en ese marco). Estos tratados abrieron un amplio abanico de forma de cooperación entre la nación islámica y algunos países latinoamericanos: armamento con Bolivia y Venezuela, energía y petróleo con Ecuador y Venezuela, finanzas con Bolivia, Cuba y Venezuela, inversiones iraníes en Bolivia, Nicaragua y Venezuela.
Estos foros y acuerdos empezaron a producir efectos concretos a finales de la primera década del milenio. Primero aparecieron instrumentos de facilitación de relaciones bilaterales. Se suspendió la obligación del visado entre Irán, Bolivia, Nicaragua y Venezuela. Iranair y Conviasa abrieron en 2007 una línea aérea que une semanalmente Caracas, Damasco y Teherán. El Banco Industrial de Venezuela y el banco iraní Edbi crearon una filial común en 2009, mientras las naciones del ALBA organizaban una feria comercial en Teherán en 2010. Todo esto facilitó las primeras inversiones: una fábrica de tractores y coches iraníes en Venezuela –Venirauto y Venirantractor por ejemplo–, plantas de producción de lácteos en Bolivia, etc., lo cual, lógicamente, alimentó el comercio bilateral. Los porcentajes de crecimiento, aunque impresionantes, deben ser necesariamente relativizados5, ya que antes del año 2000 casi no había intercambios. Con Argentina, por ejemplo, se multiplicaron por 100 entre 2000 y 2008. Pero a pesar de los centenares de tratados firmados por Venezuela, Irán figuraba en 2009 como su importador número 39, y como su exportador en la posición 72. Paradójicamente, son Argentina y Brasil, países que no están entre los que firmaron más acuerdos con Irán, los que tienen más intercambios relativos6.
Paralelamente, herramientas de comprensión colectiva mutua acompañaron esa red de lazos políticos, económico-comerciales y contractuales. Estas iniciativas reflejan, además, una voluntad compartida por los gobiernos de crear puentes entre pueblos muy alejados tanto en sus definiciones sociales como en las religiosas y culturales. En 2006, el teatro de la Universidad Azat de Teherán presentó una obra relativa a uno de los héroes de la independencia venezolana, Rafael Urdaneta. Un año más tarde se organizó en Teherán, por primera vez, un congreso de literatura latinoamericana. Como contrapartida, en América Latina surgieron cátedras de lengua y literatura persas y, finalmente, se concretó la cooperación entre Telesur e HispanTV, el canal oficial iraní abierto en español en el año 2010.
Objetivos compartidos
De este modo, Irán y algunos países latinoamericanos están creando nuevos puentes. La continuidad y el enriquecimiento de los intercambios tanto en la economía como en la arena político-diplomática y cultural reflejan ante todo una reciprocidad fundada en intereses y objetivos comunes. Pero también se plantea una pregunta relativa al programa que sustenta y alimenta esta reciprocidad productora de lazos tan diversos.
La fecha, 2005, surge como punto de partida de una reflexión explicativa. En ese año llega al poder Ahmadineyad y, como ya vimos, para ese momento se había procesado un quiebre político-institucional en América Latina, o mejor dicho en América del Sur. Por la vía electoral estaban llegando al poder partidos y movimientos en ruptura con sus antecesores en Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Paraguay y Uruguay. En Venezuela, Chávez gobernaba desde 1999. Se suman a este grupo un país de América Central (Nicaragua) y otro en el Caribe (Cuba), el único sin multipartidismo en la región. Las experiencias de gobierno que ponen en práctica son, no obstante, muy diversas, a pesar de que todas pueden ser consideradas parte del denominado «giro a la izquierda» latinoamericano. Sin entrar en un debate ideológico que no corresponde a la temática central de este artículo, algunos atributos compartidos por todos estos gobiernos merecen una atención prioritaria, precisamente porque son comunes a todos. Por ejemplo, con la excepción de Cuba, todos estos gobiernos comparten los valores de la democracia representativa. Todos ellos, mientras mantienen sus economías en el marco del mercado libre, refuerzan el papel del Estado para desarrollar políticas sociales activas, reducir la pobreza y a veces las desigualdades, en algunos casos nacionalizando recursos y empresas estratégicos. Todos, por último, buscan reforzar solidaridades continentales, y a veces extracontinentales, privilegiando las periferias del poder mundial, para ampliar sus espacios soberanos.
Sin entrar tampoco en debates relativos a la ideología o a los principios que sustentan la acción del gobierno iraní, no es posible dejar de constatar que la defensa de la soberanía es más importante que cualquier otro –y casi el único– principio que pudiera permitir un acercamiento con los nuevos gobiernos latinoamericanos. De un lado como del otro, desde 1979 en el caso iraní y desde los años 2000 en América Latina, se brega por una nueva organización del mundo capaz de romper con las dependencias, socavar la influencia de las potencias mayores y construir un modelo de gobernabilidad global, ampliando las capacidades de decisión tanto en la diplomacia como en la economía; lo que un sociólogo argentino llamó «insubordinación fundante»7. Argumentamos, entonces, que la apertura de una ventana coyuntural ofreció la posibilidad de sumar estas aspiraciones compartidas a pesar de que emergieron en condiciones ideológicas y políticas muy distintas. La llave de este encuentro intercontinental fue el petróleo, producto clave de las economías de Irán y de Venezuela. Siendo ambos miembros de la OPEP, una cumbre organizada en Caracas en 2000 –unos meses después de la llegada de Chávez al poder– permitió diseñar los primeros canales de comunicación. Y la ampliación a casi toda América Latina de aspiraciones soberanas, entre 2003 y 2007, creó en efecto las condiciones para propuestas más amplias, tanto en sus contenidos como en su perímetro geopolítico.
Las bases de este acercamiento no tienen nada de especialmente oculto; al contrario. Basta con leer la Constitución iraní, redactada en diciembre de 1979 (y reformada en 1988 y 1989) después de la toma del poder por el ayatolá Jomeini, para visualizar el sitio central otorgado a la defensa de la independencia, que estructura la política exterior. «Una de las paradojas de la República Islámica, a pesar de sus ambiciones universales, fue la construcción de una política nacionalista radical», escribe el especialista en política iraní Bernard Hourcade8. Esta doctrina la comparten, de una forma u otra, los gobiernos latinoamericanos hoy día definidos como bolivarianos, y también otros, como Argentina, Brasil o Uruguay, que actúan en la misma línea pero con estilos y definiciones diferentes según sus historias nacionales. Por razones y caminos distintos, Irán, Venezuela, Argentina, Brasil, Cuba, Ecuador y Bolivia entraron en contradicciones concretas con EEUU y algunos países europeos. La línea diplomática que pretende organizar el mundo de forma colegiada, junto con la voluntad de defender la capacidad de decisión soberana, generó en estos países iniciativas diplomáticas, económicas y comerciales que chocaron con las reglas fijadas en estas materias por los Estados más poderosos, o «centrales»9, utilizando una terminología ya clásica de pensadores y políticos latinoamericanos.
A partir de opciones de cambio compartidas, un conjunto de países desarrollaron nuevas formas de cooperación bilateral concreta, que se fueron ampliando año a año. Todos ellos coinciden en la necesidad de desligarse de las corrientes económicas, tecnológicas y militares dominantes para ampliar su espacio de soberanía. Algunos Estados sometidos a sanciones por parte de países «centrales», ya sea globales, como Cuba y Venezuela, o puntuales como Argentina y la propia Venezuela, intentaron con Irán y otros socios abrir mercados y asegurarse proveedores alternativos, y así recuperar o ampliar una soberanía lesionada. Sus relaciones comerciales, financieras y militares están restringidas por sanciones o medidas impuestas por EEUU. El embargo norteamericano, por ejemplo, impide a Cuba acceder a préstamos bancarios internacionales, así como a repuestos que tengan más de 10% de componentes de origen estadounidense. Venezuela no pude comprar aviones militares brasileños o españoles, por el veto de Washington, si estos materiales tienen partes hechas en EEUU. Argentina, por su parte, tuvo que enfrentar el embargo de una de sus fragatas militares –el buque escuela de su Marina–, atracada durante meses en Ghana en cumplimiento de una decisión tomada por un tribunal estadounidense por una demanda de los llamados «fondos buitres», derivada del último canje de bonos de la deuda, tras la crisis de 2001. En la misma línea, Venezuela e Irán, apoyados más tarde por Ecuador, actuaron en el seno de la OPEP para mantener un precio relativamente alto del barril de crudo. Brasil articuló alianzas con países del «Sur», incluyendo Irán, para crear una nueva relación de fuerzas en la Organización Mundial del Comercio (OMC) desde la conferencia de Cancún en 2003. Todos ellos buscan acceder sin prohibiciones a las tecnologías más avanzadas. Los latinoamericanos reconocieron entonces el derecho de Irán a la tecnología nuclear civil. Bolivia e Irán, por ejemplo, firmaron un convenio de cooperación en esta área, al tiempo que Irán y Venezuela decidieron estudiar la construcción de aviones no tripulados.
Tanto la parte iraní como la latinoamericana convergieron, además, en problemáticas más globales, proponiendo una gestión compartida de las cuestiones planteados a la comunidad internacional, basada en la igualdad entre Estados, el respeto a su soberanía, el diálogo y la no injerencia. Cuba e Irán coincidieron desde los años 90 en rechazar su tratamiento como Estados parias, embargados por EEUU. Y así lo expresó en la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el 25 de octubre de 2011, Alizera Jahangiri, ministro iraní de Relaciones Exteriores:
La República Islámica de Irán rechaza con firmeza y recuerda su oposición a toda aplicación unilateral de medidas económicas y comerciales de cualquier Estado en relación con otro, así como la aplicación extraterritorial de leyes nacionales que lesionen la soberanía de otro Estado (…). La República Islámica subraya la urgente necesidad de suspender las inhumanas medidas que afectan a Cuba.10
En línea con esta visión del mundo, el 17 de mayo de 2010, aprovechando e instrumentalizando su emergencia geopolítica apoyada en la bonanza económica, Brasil intentó mediar en el conflicto nuclear iraní en concertación con Turquía. Y el 13 de enero de 2012, el presidente ecuatoriano Rafael Correa, al recibir a su homólogo iraní, confirmó la convergencia entre las dos naciones de la siguiente forma:
Nosotros tenemos relaciones con países que han botado bombas atómicas, matando a centenas de miles de seres humanos; que han invadido otros países, causando más de un millón de muertos; con países que han sido colonizadores y brutales, del África y de la propia América Latina (...) Irán, como cualquier otro país, tiene derecho a desarrollar energía nuclear con fines pacíficos.11Desde Venezuela, donde se encontraba en visita oficial el 9 de enero de 2012, el presidente Ahmadineyad pudo sintetizar así los fundamentos de la convergencia con sus socios nacionalistas latinoamericanos: «Las culturas de los pueblos de esta región y sus exigencias históricas se parecen a las del pueblo iraní (...). El pueblo latinoamericano tiene un pensamiento anticolonialista»12.
Irán-América Latina, un futuro que depende de factores coyunturales
Las relaciones Irán-América Latina, a pesar de sus avances, no son «centrales», escribe Sergio Moya Mena13. Los países «periféricos» mantienen, efectivamente, relaciones comerciales más fuertes con las principales potencias que con las naciones emergentes o alternativas. Sin embargo, a pesar de lo acertado del comentario, podría pensarse que la actual dinámica ascendente podría revertir esta situación en un plazo difícil de predecir, pero con horizonte cierto. Otra cosa es que el mantenimiento indefinido o de mediano plazo de la dinámica actual no parece claro.
Solamente una voluntad política común a las dos partes puede permitir superar poco a poco la distancia inicial, no solo cultural e histórica, sino también económica y comercial. Ahora bien, existen en cada una de las partes núcleos críticos dentro de los aparatos de gobierno y en las sociedades. Al mismo tiempo, no todos dentro del complejo sistema de poder iraní comparten la diplomacia del actual presidente, que ya concluye su mandato. En efecto, sus adversarios dentro del espacio islámico integran en sus críticas la política exterior de Ahmadineyad. 122 miembros del Parlamento redactaron una carta muy difundida en la que lamentaban que en la actual situación del país se dedique tanto tiempo y esfuerzos a un espacio geopolítico tan alejado en todos los aspectos. El ex-ministro conservador Manoucher Mottaki y el anterior portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores, Ramín Mehmanparast, también consideraron que la inversión diplomática hecha por Irán en América Latina es contraproducente, porque supone demasiados esfuerzos sin garantizar resultados claros14. Los valores democráticos fundadores de las democracias latinoamericanas, restaurados con tantos esfuerzos en los años 80, articulan otro tipo de críticas. Desde la asunción de Dilma Rousseff como presidenta de Brasil, se nota un cierto enfriamiento de los vínculos con Teherán. Por ejemplo, este país sudamericano condenó en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU ciertas políticas del gobierno iraní, especialmente en consideración con la situación de las mujeres. Estando en Río de Janeiro, en junio de 2012, donde participaba en la Conferencia Río+20, Ahmadineyad no fue recibido por la presidenta brasileña. En el caso argentino, es la política iraní de los años 90 lo que hasta la fecha impidió una cooperación duradera entre los dos países. La investigación del atentado a la AMIA ha frenado los acercamientos. La Argentina del presidente Néstor Kirchner votó en 2006 la resolución 1.694 de la ONU que sanciona a Irán. Después de publicar un dictamen denunciando al régimen de Teherán y a Hezbollah, Argentina sometió el caso a Interpol en 2006. El 20 de abril de 2007, Kirchner dio las siguientes explicaciones:
Es terrible cómo muchos argentinos a veces quisieran que prioricemos en los intercambios comerciales y no en encontrar la verdad sobre quiénes cometieron aberrantes hechos aquí en la Patria. No hay ni una moneda ni 100 ni 1.000 millones de monedas que puedan intercambiar la pérdida de vidas y el atentado siniestro que tuvieron nuestros compatriotas.15
La actual presidenta, Cristina Fernández de Kirchner, pensaba que el compromiso firmado el 27 de enero de 2013 entre los dos gobiernos para buscar el esclarecimiento del atentado terrorista le iba permitir hacer borrón y cuenta nueva y combinar justicia con Realpolitik. Pero además de la resistencia de la oposición parlamentaria y de la dirigencia judía local, el sorprendente dictamen del fiscal Alberto Nisman, que a finales de mayo de 2013 denunció la existencia de una red terrorista iraní en toda América Latina16, reforzó oportunamente las voces críticas, socavando la vía que pretendía seguir el gobierno.
Por otro lado, es importante mencionar que las políticas de acercamiento con Irán y los países de la Liga Árabe articuladas por los países del ALBA y también por Brasil permitieron fortalecer, y a veces crear, complejos lazos bilaterales así como interregionales. Las Cumbres de Jefes de Estado y de Gobierno de América del Sur y Países Árabes (ASPA) abrieron espacios de soberanía internacional compartidos. Pero a partir de 2011, los socios árabes de Brasilia, Caracas, La Habana, La Paz, Managua y Quito fueron presionados internamente por movimientos populares conocidos como la «primavera árabe». Llegaron al poder –en Egipto, Libia y Túnez–, o sumergieron al país en largos e inciertos conflictos –como en Siria–, grupos que rechazaban las orientaciones, tanto externas como internas, de las autoridades anteriores. Estos acontecimientos profundizaron las contradicciones en el mundo árabe, en el que interviene activamente Irán apoyando a diversas contrapartes islámicas. La postergación de la cumbre ASPA prevista en Lima en 2011 es un reflejo de estas contradicciones. La reunión se pudo organizar finalmente más de un año más tarde, pero el intento de articular intereses compartidos entre espacios geopolíticos de «soberanía limitada» perdió fuerza.
La victoria del candidato sorpresa, Hasan Rohani, con un perfil distinto de su antecesor, en las recientes elecciones presidenciales iraníes, habilita variadas incertidumbres. Y a ellas se suman interrogantes de este lado del océano: Venezuela y Argentina atraviesan situaciones internas complejas. Brasil, por su parte, enfrenta una coyuntura económica y social que acapara la atención de sus dirigentes. Además, surgieron otras alternativas en América Latina que se definen occidentales y liberales, con la Alianza del Pacífico. Y, en efecto, el gobierno israelí supo aprovechar este momento de cambio para intentar recobrar un espacio geopolítico perdido hace más de diez años. Su ministro de Asuntos Exteriores, Avigdor Liberman, viajó a esta América Latina «occidental y liberal» en la primera visita de un canciller israelí en 14 años, en julio de 2009, visita que fue seguida por otra de Daniel Yossi Peled, ministro sin cartera, en agosto de 2011. El ministro reanudó lazos con Costa Rica e invitó a visitar Israel al presidente colombiano, quien se encuentra negociando un tratado de libre comercio (TLC) con esa nación de Medio Oriente. Esta visita permitió difundir la posición israelí acerca de la presencia en América Latina, y en especial en los países soberanistas, del grupo Hezbollah, aliado de Irán y del sirio Bachar El-Assad. Esta presencia es ampliamente denunciada por think tanks de la derecha norteamericana y círculos proisraelíes que van difundiendo rumores y construyen storytellings para los medios masivos de comunicación. No es un dato menor que todo esto ocurra a unos meses de consultas electorales importantes en Brasil y en Argentina.
Por otra parte, poniendo entre paréntesis el acercamiento entre Irán y la región, nada ni nadie puede garantizar la continuidad en el poder de gobiernos soberanistas, al menos en América Latina. En el caso iraní, se puede suponer que el futuro presidente, surgido de las urnas el 14 de junio de 2013, apoyándose en el Guía de la Revolución, mantendrá las líneas generales de la política interior y exterior. Pero no es el caso en América Latina. Las políticas internas y externas de la región están a merced de elecciones, cuyos resultados suponen o pueden suponer orientaciones muy distintas. Y sin la continuidad de los gobiernos actuales, por supuesto, se quebraría, en países como Argentina, Bolivia, Brasil o Venezuela, no solo el marco de la política económica sino también la diplomacia soberanista que la acompaña. Ello significa que se suspendería de hecho la cooperación entablada desde el año 2005 con Irán. Y no se trata de una hipótesis insensata: la Nicaragua sandinista había tendido puentes en dirección del Irán de la Revolución Islámica desde 1980, pero estos se suspendieron cuando el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) perdió las elecciones en 1990. Hoy día pueden verse, cuando se acercan las citas electorales, crispaciones muy fuertes. La oposición liberal-conservadora consiguió desbancar a un presidente reformista como Fernando Lugo en Paraguay. Las últimas elecciones prácticamente paralizaron Venezuela, motor ideológico y financiero del ALBA. Dentro de unos meses se vota en Brasil, Argentina, Bolivia y Uruguay. Solo Rafael Correa superó ya este año en Ecuador la prueba presidencial. El clima político del continente puede cambiar muy rápidamente. El calendario electoral impone consultas en muchos países latinoamericanos en 2013, 2014 y 2015. El resultado de estas consultas podría abrir otras perspectivas tanto en el ámbito interno como externo. Desde hace varios meses, los países alineados con Occidente, tanto comercial como diplomáticamente, se concertaron para armar una contrapropuesta diplomática y comercial al ALBA, y quizás también a la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), y crearon la Alianza del Pacífico. Eran cuatro en junio de 2012: México, Colombia, Perú y Chile. Más recientemente, acaban de sumarse Costa Rica y Panamá. E incluso Uruguay, aunque miembro del Mercosur, pidió un estatuto de observador. Esta coyuntura genera grietas continentales, aunque oficialmente se las niegue. Las autoridades de Brasil, miembro de los BRICS, factótum de la Unasur y candidato a un puesto como miembro permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, están movilizando la diplomacia estatal (Itamaraty) y la partidaria, con el Foro de San Pablo, para diseñar respuestas concertadas que podrían permitir la continuidad del Partido de los Trabajadores (PT) en el Planalto, así como ayudar a los socios en dificultades, sean del ALBA, como Venezuela, o del Mercosur, como Argentina. Pero son los electores quienes tienen la última palabra. Solo ellos tienen la capacidad de aprobar o suspender a los equipos de gobierno que implementaron hace muy pocos años estrategias de bloques soberanistas entre países latinoamericanos, árabes e Irán, una apuesta que aún está vigente pero con un futuro pendiente de muchas incógnitas.
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1.
En los años 90 se produjeron en Buenos Aires dos atentados cuyo blanco eran Israel y la comunidad judía, uno dirigido contra la Embajada de Israel en Argentina, en 1992, y el otro contra la Asociación Mutual Israelita Argentina (amia), en 1994. Por este último fueron acusadas judicialmente figuras importantes del régimen de Teherán.
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2.
Para escribir este artículo actualizamos dos publicaciones anteriores: «L’Iran et l’Amérique latine de langue espagnole, les intérêts communs et circonstanciels de deux mondes longtemps éloignés» en Michel Makinsky: L’Iran et les grands acteurs régionaux et globaux, L’Harmattan, París, 2012 y «L’Iran et l’Amérique latine: des convergences solides et circonstancielles», serie Actuelles de l’Ifri, Ifri, París, julio de 2012.
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3.
V. la agenda de estas visitas en Brandon Fite: us and Iranian Strategic Competition, Peripheral Competition in Latin America and Africa, csis, Washington, dc, 7 de noviembre de 2011.
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4.
Leopoldo E. Commenares G.: «Las relaciones entre Irán y Venezuela: implicaciones para el gobierno venezolano», fes, Buenos Aires, julio de 2011.
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5.
Sergio I. Moya Mena: «Iran and Latin America: Vital Interests and Soft-Power Strategy», Reportes del Cemoan No 4, septiembre de 2012.
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6.
Elodie Brun: «O Irã na América Latina» en Política Externa vol. 19 No 4, 3-5/2011.
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7.
Ver Marcelo Gullo: La insubordinación fundante. Breve historia de la construcción del poder de las naciones, Biblos, Buenos Aires, 2008.
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8.
B. Hourcade: Geopolítique de l’Iran, Armand Colin, París, 2010.
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9.
Ver M. Gullo: ob. cit.; Samuel Pinheiro Guimarães: Cinco siglos de periferia, Prometeo, Buenos Aires, 2005 y Darío Battistella: Théories des relations internationales, Presses de Sciences-Po, París, 2003, pp. 220-223.
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10.
Misión de Irán en la onu, xl Asamblea General, http//iran-un.org.
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11.
Declaración en Teherán de los embajadores del alba en Noticias de Irán en español, 16/7/2010.
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12.
El País, 9/1/2012.
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13.
S.I. Moya Mena: ob. cit.
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14.
Noticias de Irán en español, 17/9/2010.
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15.
Oliver Galak: «Irán vuelve a ser un socio importante» en La Nación, 7/9/2008, disponible en www.lanacion.com.ar/1047429-iran-vuelve-a-ser-un-socio-importante.
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16.
V. «Patrocinar actos terroristas» en Página/12, 30/5/2013; «Argentina: acusan a Irán de infiltrar América Latina» en El Nuevo Herald, 29/5/2013.