Marx ha vuelto
Paradojas de un regreso inesperado
Nueva Sociedad 277 / Septiembre - Octubre 2018
El bicentenario del nacimiento de Karl Marx se produce en un mundo muy diferente al del centenario de su muerte. La «vuelta» del pensador alemán presenta, sin embargo, varias aristas: se trata de un Marx emancipado de las derivas del socialismo real, la edición de sus obras se volvió más profesional y, al mismo tiempo, su lectura es menos ideologizada. El marxismo ya no tiene el monopolio del pensamiento crítico, pero diversos movimientos emancipatorios dialogan con él, sabiendo que, a diferencia de antaño, el «Genio de Tréveris» ya no tiene todas las respuestas.
Los aniversarios pueden ser inoportunos. Es lo que aconteció con el centenario de la muerte de Karl Marx, allá por marzo de 1983: no podía haber coincidido con una coyuntura menos favorable. Eran los tiempos grises del comunismo heredero de Leonid Brézhnev, del golpe de Estado del general Wojciech Jaruzelski en Polonia y de la apoteosis de Juan Pablo ii, heraldo del anticomunismo internacional. En una París que hasta poco tiempo atrás fuera epónimo de Revolución, brillaban en la tevé unos «nuevos filósofos», hijos desencantados de la revuelta estudiantil de los años 60. Uno de ellos, Jean-Marie Benoist, había anunciado este clima apenas dos años después de Mayo de 1968, cuando sentenció a muerte al filósofo de Tréveris no solo por anacrónico, etnocéntrico y metafísico, sino sobre todo por precursor del totalitarismo comunista del siglo xx1. Pero a fines de la década de 1970 e inicios de la siguiente, la perspectiva de los «nuevos filósofos» alcanzaba su clímax cuando la edición londinense del semanario Time los convierte en noticia internacional bajo un título de tapa que recuperaba el título de Benoist y ofrecía una síntesis elocuente de aquellos tiempos: «Marx is dead».
Para mayo de 1983, los países del Cono Sur de América Latina –Chile, Uruguay, Argentina, Brasil– todavía estaban sometidos a dictaduras militares. Solo recordaron el cumpleaños del viejo Marx algunas revistas semiclandestinas, aunque en el año de gracia de 1983 no faltó en el diario La Nación de Buenos Aires la nota de uno de los «filósofos» del régimen militar, Jorge L. García Venturini, sobre el totalitarismo de Marx y su maestro Hegel, que desafiaban el «espíritu de Occidente». Pasaron desde entonces 35 años. No me atrevería a afirmar que nuestro mundo es mucho mejor que el de 1983, pero todo indica que el bicentenario del nacimiento de Marx está siendo celebrado a escala global en un clima mucho más propicio.
Por lo pronto, el cumpleaños 200 de Marx se ha transformado en un acontecimiento global. A diferencia de lo ocurrido en 1983, los principales diarios y revistas de todo el globo le han dedicado durante 2018 portadas o suplementos especiales, desde Le Monde hasta Time, desde Der Spiegel hasta Newsweek. La bbc, la rai o France Culture han ofrecido programas especiales sobre la vigencia de Marx. Ya no son los partidos socialistas y los comunistas los que ostentan el monopolio de la celebración, como ocurría en 1918, cuando el centenario del natalicio del pensador alemán coincidía con el desenlace de la Primera Guerra Mundial y los albores de la Revolución Rusa. Marx era entonces el padre fundador del movimiento obrero, mientras que hoy las sedes de la celebración son las universidades de todo el globo, las mismas que resistieron durante décadas la llegada del pensamiento de Marx a las aulas. Las casas de estudio superior más reconocidas del mundo –desde la Universidad de Québec y la Universidad Federal Fluminense (uff) hasta la Universidad de Chile y la de Buenos Aires (uba), pasando por la Universidad Nacional Autónoma de México (unam), la Universidad de Londres, la Complutense de Madrid (ucm), la Universidad de París-x en Nanterre o la École Normale Supérieure (ens) de París– han celebrado este año coloquios o seminarios internacionales en torno de la actualidad de Marx. Casi todas las conmemoraciones tuvieron lugar en países gobernados por figuras de derecha o centroderecha, desde Donald Trump, Emmanuel Macron y Angela Merkel hasta Michel Temer, Mauricio Macri y Sebastián Piñera. El Teatro Nacional Cervantes organizó en Buenos Aires el pasado 7 de abril una multitudinaria jornada llamada Marx nace con el apoyo del Instituto Goethe. El Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas (cedinci/unsam) y la sede porteña de la Fundación Rosa Luxemburgo organizaron un ciclo de conferencias sobre Marx, acompañado de una muestra de libros, revistas, afiches y sellos postales llamada Los mil rostros de Karl Marx. La Fundación Jean Jaurès y la Fundación Friedrich Ebert (fes) organizaron el 19 de junio pasado un encuentro franco-alemán en París en torno de la posteridad y la actualidad de Marx. Pero incluso en el centro mismo del Imperio, el Pittsburgh Cultural Trust y el Centro de Humanidades de la Universidad Carnegie Mellon inauguraron en abril pasado la muestra Marx@200 en la Galería Space, en el centro de Pittsburgh, con la participación de 25 artistas de todo el mundo.
La celebración excedió incluso estos espacios culturales y comprometió los ámbitos oficiales más imprevistos. La apoteosis tuvo lugar en la República Popular China, donde Xi Jinping encabezó en mayo pasado una solemne ceremonia en el Palacio del Pueblo de Beijing. El presidente de la segunda potencia mundial, escoltado por un monumental retrato de Marx, no dudó en definirlo como «el más grande pensador de los tiempos modernos». Además, el gigante asiático obsequió a la ciudad natal de Marx una escultura de bronce de más de cinco metros de altura que fue descubierta el 5 de mayo pasado en el centro del casco urbano de Tréveris como inicio de una exposición permanente y una sucesión de eventos desarrollados hasta octubre de este año en su casa natal, recientemente remodelada, y en dos museos de la ciudad.
El presente chino fue resistido por el partido de ultraderecha Alternativa para Alemania (afd, por sus siglas en alemán) y por los vecinos más recalcitrantes de Tréveris, pero la votación que tuvo lugar en el ayuntamiento en marzo de 2017 dio 42 votos a favor y tan solo 7 en contra. «¿Queremos conocer a Karl Marx realmente o nos hemos quedado con una única y sesgada faceta?», preguntaba públicamente Malu Dreyer, la presidenta del estado federal de Renania-Palatinado2. Y añadía: «No podemos responsabilizar a Marx por los crímenes cometidos en su nombre»3. Mientras que Wolfram Leibe, el alcalde socialdemócrata de la antigua ciudad renana, inauguraba este año un semáforo peatonal con las imágenes luminosas de un pequeño Marx detenido en rojo y de otro Marx andando en verde, uno de los modos –señalaba– de «humanizar» al «hijo más universal de Tréveris».
En un artículo reciente publicado en el sitio de la bbc que reprodujeron numerosos diarios de América Latina, el periodista Max Seltz se interrogaba por la vigencia de una serie de postulados marxianos «a pesar del fracaso del comunismo»4. Y aunque buscaba una explicación de la actualidad, sobre todo por su capacidad de prefigurar el carácter inequitativo y monopólico del capital globalizado, también llegaba a admitir «que el comunismo no se materializó tal cual lo plantearon Marx y Engels». Esta simple distinción entre la teoría de Marx y los «socialismos reales», sostenida antaño a contracorriente por León Trotski y unos pocos autores izquierdistas, era inconcebible en los grandes medios tan solo dos décadas atrás. Todavía llegó más lejos el presidente de la Comisión Europea, el luxemburgués Jean-Claude Juncker, en el acto de apertura de las celebraciones de Tréveris, el 4 de mayo pasado. No dejó de sorprender que fuera este encumbrado político socialcristiano quien declarara en su discurso inaugural que Marx no era responsable de las atrocidades cometidas en su nombre después de su muerte, sino que eran sus supuestos «herederos» quienes debían responder por ellas5.
No deja de constituir una paradoja que Juncker invitara este año a recordarlo como «ciudadano europeo» cuando Marx, que había perdido la ciudadanía prusiana y no logró obtener la inglesa, murió en Londres como un paria. Sin embargo, buena parte de aquel establishment político e intelectual que denostaba a Marx en 1983 hoy lo recibe en sus brazos como a un abuelo recuperado. Cuando el comunismo ya no aparece como una alternativa en el Este ni en el Oeste y las amenazas al orden provienen de la ultraderecha, el centro político e incluso la centroderecha más modernizante pueden reconciliarse con Marx. Al menos, hasta nuevo aviso.
Un nuevo ciclo editorial
Otro de los signos visibles de este nuevo interés por Marx es la proliferación contemporánea de reediciones de su obra. Al estancamiento editorial de cultura marxista propio de las décadas de 1980 y 1990 –años de la quiebra de Éditions Sociales y de Maspero de París, de Fontamara de Barcelona, de la absorción de Grijalbo y de Einaudi por los grandes conglomerados editoriales–, le siguió un mini boom editorial en lo que va del nuevo siglo. En verdad, el revival editorial de Marx podría datarse dos años antes del fin del siglo, en 1998. Con motivo de los 150 años del Manifiesto comunista, se lanzaron ediciones masivas en alemán, inglés, francés, español, portugués, italiano, griego, turco, kurdo, árabe, hebreo, islandés, esloveno, eslovaco, sueco... El deseo de Marx y Engels de ver publicado su texto simultáneamente en diversas lenguas, anunciado en las primeras líneas del Manifiesto, finalmente se hacía realidad... 150 años después.
Es que el mundo globalizado de fines del siglo xx y comienzos del tercer milenio resultaba asombrosamente parecido al descripto en el Manifiesto comunista. Los hombres y mujeres del nuevo siglo entendían que aquella profecía de que un sistema anónimo, impersonal y regido por la lógica de su propia acumulación, entonces bautizado «capitalista», se extendería por todo el globo, subordinaría antiguas tradiciones y formas de vida, y vencería todas las resistencias culturales o nacionales, se había cumplido puntualmente. Pero esa «profecía» no solo anunciaba la expansión geográfica del capital por todo el globo, sino también la generalización ilimitada de las relaciones mercantiles, a punto tal que la casi totalidad de los bienes y los servicios que producimos y consumimos en el tercer milenio, ya sean materiales o digitales, no adoptan otra forma que la de mercancías. El Marx redescubierto esos años era sobre todo el profeta de la modernización capitalista, entonces rebautizada «globalización». En sus versiones más simplificadas, Marx aparecía celebrando antes que impugnando el capitalismo.
Sin embargo, diez años después, la crisis mundial que estalló en 2008 vino a recordarnos que el diagnóstico crítico de Marx sobre la dinámica de expansión del capitalismo sujeta a sus crisis periódicas y con su carga de miseria, exclusión y violencia sistémica, también estaba vivo. Las reediciones de El capital, interrumpidas durante muchos años, se reactivaron entonces en todo el globo. El diario londinense The Times publicaba en el otoño de 2008, bajo el estridente titular «¡Ha vuelto!», una foto del presidente conservador francés Nicolas Sarkozy hojeando la ópera magna de Marx6. El nuevo best-seller en materia económica que vino a mostrar la relación entre el aumento de la tasa de acumulación del capital y el crecimiento de la desigualdad se tituló, precisamente, El capital en el siglo xxi7. Incluso para los exponentes más rigurosos de la ciencia económica, que desde hacía décadas venían dándole la espalda a Marx, era irrelevante una explicación de la explosión de la burbuja financiera como la mera consecuencia de la irresponsabilidad de algunos bancos en el otorgamiento de créditos hipotecarios «basura». La olvidada teoría de Marx según la cual las crisis económicas no eran el mero resultado accidental de agentes exógenos, sino que eran inherentes al capitalismo, volvía al centro de la escena.
El nuevo siglo viene presenciando no solo una mayor demanda de textos de Marx, sino también una creciente exigencia de rigor en el cuidado de la edición. Hoy no resultan aceptables, ni siquiera para el lector medio, las políticas de intervención de los textos que llevaban a cabo los editores soviéticos, con sus cortes, sus interpolaciones y sus notas al pie que exaltaban a los justos y denostaban a los réprobos. Quizás más que la de otros libros de Marx, la historia editorial de El capital estuvo atravesada a lo largo del siglo xx por interminables querellas ideológicas en torno de la canonicidad del texto original, así como de la autoridad de quienes podrían anotarlo y completarlo8. En la actualidad, los responsables editoriales ya no son los partidos socialistas o comunistas, ni los institutos de marxismo-leninismo dependientes de ellos, sino equipos de investigadores y editores profesionales. Las ediciones de las obras de Marx han ganado en lectores, pero también en desideologización.
Durante los 70 años que gobernaron, los soviéticos fueron incapaces de concluir el tantas veces anunciado plan de edición de las Obras completas de Marx y Engels. La Internationale Marx-Engels-Stiftung (Fundación Internacional Marx-Engels), con sede en Ámsterdam, viene llevando a cabo un colosal plan de edición crítica en 120 tomos, lo que constituye a su vez un cantero extraordinario para nuevas y más cuidadas traducciones9. Es posible que exageren los anuncios que prometen la revelación de un «Marx desconocido», pero lo cierto es que la reposición de los manuscritos inéditos, los borradores sucesivos de una misma pieza y los textos minuciosamente corregidos nos devolverán la imagen de un autor más próximo al laborioso maestro artesano que pule y corrige su lente que a la de un dios con su visión ilimitada, inamovible e infalible10. Ayudarán a comprender mejor, como reclamaba Pedro Scaron, que una obra como El capital no brotó de la cabeza de Marx tan cabalmente formado como Atenea de la cabeza de Zeus11. Al mismo tiempo, la edición definitiva de la extraordinaria correspondencia de Marx y Engels viene constituyendo una cantera formidable para los nuevos biógrafos del siglo xx, asunto sobre el que volveremos unas líneas más abajo.
La reubicación de Marx en el pensamiento crítico
Aunque el marxismo ya no es «el horizonte intelectual de nuestra época» como quería Jean-Paul Sartre, ni el «careo con Marx» sigue siendo la piedra de toque de todo pensador, como pretendía Georg Lukács12, la producción de obras sobre el pensamiento de Marx también conoce en este comienzo de siglo un notable incremento. Su teoría del valor, su concepción del fetichismo, su noción de autonomía de lo político en las experiencias bonapartistas o sus tesis sobre la expansión del capitalismo a la periferia inspiraron obras contemporáneas tan diversas como las de Slavoj Žižek, Alain Badiou, Jacques Rancière, Daniel Bensaïd, Bolívar Echeverría, Ernesto Laclau, Álvaro García Linera o Moishe Postone. Y si la última generación de viejos marxistas actualizaron ese paradigma –Immanuel Wallerstein con su teoría del sistema-mundo, Giovanni Arrighi con su concepción de los ciclos capitalistas y sus crisis– o lo expandieron hacia nuevas dimensiones del saber –Fredric Jameson hacia la crítica cultural, David Harvey hacia la geografía, Mike Davis hacia el urbanismo, Perry Anderson hacia la filosofía política, Toni Negri hacia el nuevo orden mundial posnacional–, una nueva generación de pensadores radicales –no necesariamente «marxistas»– recupera ciertos núcleos teóricos de la obra de Marx para pensar nuevas subjetividades y renovadas formas de resistencia. Como ha señalado Razmig Keucheyan en Hemisferio izquierda, el marxismo ya no es hegemónico en el universo del pensamiento crítico, pero ni la teoría queer, ni los poscoloniales, ni los acontecimentalistas, ni los deconstructivistas, por mencionar algunas variantes, han dejado de dialogar con Marx13.
Reescribir la vida
Con la aparición sucesiva en lo que va del nuevo siglo de una decena de nuevas biografías, también el itinerario vital de Marx conoce ahora un interés que no podía preverse dos décadas atrás. En 1999 había aparecido Karl Marx, del periodista británico Francis Wheen, que inmediatamente se tradujo a diversas lenguas, incluida la española14. Documentada y al mismo tiempo amena, por momentos punzante, parecía que había venido a destronar a las dos grandes biografías con las que se habían formado generaciones de militantes en todo el mundo: Carlos Marx. Historia de su vida (1918), del socialdemócrata alemán Franz Mehring15, y La vida de Carlos Marx (1936), escrita conjuntamente por el menchevique ruso Boris Nicolaïevski y el erudito austríaco Otto Maenchen-Helfen16. Sin embargo, en estos pocos años siguieron a la de Wheen más de diez nuevas biografías. En 2005 aparecía Karl Marx o el espíritu del mundo, del polígrafo francés Jacques Attali17. En 2008, Karl Marx, del alemán Klaus Körner y, un año después, dos nuevos estudios biográficos: Marx, del economista británico Vincent Barnett, y Los fantasmas que convocó, del multifacético Rolf Hosfeld, director de cine y autor de una historia monumental de la Alemania moderna18. En 2011 aparecía una biografía familiar de los Marx: Amor y capital, de la estadounidense Mary Gabriel, subtitulada Karl y Jenny Marx y el nacimiento de una revolución19. Al año siguiente aparecía el Karl Marx que preparó el profesor de la Universidad de California Paul Thomas, un especialista en la historia del pensamiento marxista20.En 2013 aparecía Karl Marx de Jonathan Sperber, una aguda y documentada biografía elaborada por un historiador de la Universidad de Chicago cuyo elocuente subtítulo, Una vida decimonónica, anunciaba por sí solo todo un programa21. Apenas tres años después, Penguin lanzaba Karl Marx. Grandeza e ilusión, un volumen de 800 páginas de notable agudeza y erudición del historiador de la Universidad de Londres Gareth Stedman Jones22. El filósofo alemán Michael Heinrich, formado en la escuela del marxismo crítico de Elmar Altvater, lanzó este año la primera parte de Karl Marx o el nacimiento de la edad moderna, una biografía monumental en tres volúmenes cuyo subtítulo no menos elocuente parece desafiar la voluntad de los historiadores anglosajones por restituir a Marx al siglo xix23. También este mismo año apareció en Brasil la primera biografía de Marx de alto vuelo escrita por un latinoamericano, el profesor Angelo Segrillo: Karl Marx, una biografía dialéctica24.
¿Cómo puede entenderse que tanto los investigadores como los lectores contemporáneos hayan declarado vetustas la totalidad de las cerca de 40 biografías que el siglo xx le había consagrado a Marx? Ciertamente, muchas de ellas ya no son más que piezas de arqueología historiográfica. Hoy serían ilegibles los abordajes propios de los años de la Guerra Fría, como El prusiano rojo, de Leopold Schwarzschild25, o la soporífera biografía preparada por el Instituto de Marxismo-Leninismo de Berlín26. También perdió actualidad una obra meritoria como la de David Riazánov, donde Marx era una suerte de Lenin avant la lettre27.
Además, la renovación que conoció la historiografía en la segunda mitad del siglo xx volvió obsoletas aquellas perspectivas centradas en la vida de los «grandes hombres». Los ensayos biográficos que nos querían develar el «espíritu» de una figura histórica, o los estudios psicológicos que buscaban explicar comportamientos a partir de tal o cual «complejo» del biografiado, hoy apenas nos arrancan una sonrisa piadosa28. Nuevas perspectivas como la historia de la vida privada o la historia de las mujeres impulsaron a reescribir la biografía de Marx reponiendo, al lado de las «grandes ideas», la dimensión de su vida cotidiana en los barrios pobres de la Londres victoriana. En Love and Capital, la biografía familiar de Mary Gabriel, el amor tiene tanto peso o incluso más que el capital, y la heroína del relato pasó a ser Jenny von Westphalen. Sin embargo, las obras más sólidas del siglo xx lograron sortear mejor el paso del tiempo, de modo que hoy podrían leerse con provecho la biografía conjunta que el comunista francés Auguste Cornu consagró en la segunda posguerra a Marx y Engels en sus años de formación, así como la clásica vida y obra de Marx del británico David McLellan, discípulo de Isaiah Berlin29.
Como sea, el siglo xxi quiere reescribir ex novo la biografía de Marx. Una preocupación que excede con creces el horizonte de las minorías politizadas, pues algunas de las biografías mencionadas –como las de Wheen y Gabriel– alcanzaron públicos muy vastos. En el mismo sentido puede entenderse el interés internacional que concitó El joven Karl Marx, el film del haitiano Raoul Peck estrenado en la Berlinale en febrero de 2017, o la amplia difusión alcanzada por El fantasma de Karl Marx, una biografía contada a los niños por el francés Ronan de Calan e ilustrada por Donatien Mary, que se tradujo enseguida al inglés, alemán, italiano y español30. ¿Cómo entender esta obsesión del nuevo siglo por volver una y otra vez sobre la vida de Marx? Signo elocuente, o acaso síntoma, de una necesidad epocal: repensar el lugar de Marx en la historia contemporánea.
Descentramientos, recentramientos
Todos los biógrafos nos prometen reescribir la vida de Marx conforme las renovadas demandas del tiempo presente. Pero quizás fue Jonathan Sperber quien expresó esta voluntad del modo más claro y provocativo. Como nos lo anticipa en el mismo subtítulo, el Karl Marx de Sperber ya no es el profeta de los tiempos modernos sino un hombre plenamente inserto en el horizonte y en el drama de su propio tiempo. «Parece oportuno –ironiza Sperber– preguntarse cómo un ser humano mortal y no un mago –Karl Marx y no Gandalf el Gris– puede ser capaz de adelantarse 150 o 160 años a su tiempo»31. El rigor de la biografía histórica exigiría romper definitivamente con aquellas perspectivas anacrónicas, ya fueran comunistas o anticomunistas, que no dejaban de ofrecernos un «Marx contemporáneo». Ha «llegado el momento –sostiene el biógrafo estadounidense– de entenderlo de otro modo: como una figura de una época histórica pretérita, cada vez más alejada de la nuestra», la época de la Revolución Francesa, de la filosofía de Hegel, de la primera industrialización inglesa y de la economía política que emanó de ella… Incluso cuando realizó proyecciones sobre el futuro, Marx lo hizo partiendo de las circunstancias de la primera mitad del siglo xix. Por ello, concluye Sperber, es más provechoso entender a Marx «como un personaje anclado en el pasado» antes que como el «intérprete clarividente» del presente32. En tanto que académico «comprometido con la comprensión del pasado en sus propios términos y que se abstiene de juzgarlo según concepciones actuales», confiesa que si bien «algunos momentos» de la vida y el pensamiento de Marx le resultan «próximos», sobre todo le han resultado fascinantes «las diferencias entre el mundo de Marx y el contemporáneo»33.
Sperber cierra su obra con un brevísimo capítulo sobre la iconización de Marx después de su muerte y la transformación de su legado en «marxismo». El busto colosal que el Partido Comunista británico hizo colocar en 1956 en el Cementerio de Highgate para reemplazar la modesta losa que Engels y sus amigos habían depositado en 1883 sobre la tumba de Marx era para Sperber «la manifestación física de la transformación de un ser vivo en un icono, una representación estática de ideas, posiciones políticas e identidades, muchas de las cuales tenían un vínculo solo tangencial con la realidad de su vida»34.
Gareth Stedman Jones comienza Grandeza e ilusión por el final de la historia, esto es, en el punto exacto donde Sperber había concluido: el marxismo. Dado que su objetivo expreso es también «situar a Marx de vuelta en el ámbito del siglo xix», el británico toma como punto de partida las operaciones que la posteridad ha hecho con el legado de Marx. El historiador contemporáneo, munido con las herramientas de la más reciente historia intelectual, se ve obligado a deconstruir desde el vamos esas operaciones y a resituar los textos del filósofo de Tréveris «como las intervenciones del autor en determinados contextos políticos y filosóficos que el historiador ha de reconstruir luego puntillosamente». Marx no era «un explorador solitario», sino que «sus escritos aspiraban a ser intervenciones en campos ya existentes del discurso conocido. Es más, tales intervenciones iban dirigidas a sus contemporáneos y no a sus herederos de los siglos xx y xxi». Marx, viene a recordarnos Jones, no escribió para la posteridad, sino para intervenir en su presente. Sin embargo, la «posteridad» –esto es, sus herederos– arrancaron sus textos de aquel entramado epocal que les daba sentido35. Hasta tal punto la labor del historiador consiste en restituirlos a su lugar, que Jones se figura su propio trabajo como el «del restaurador, que va removiendo los retoques y alteraciones hechos a una pintura en apariencia conocida, para devolverla a su condición original»36.
La mitología que rodeó la vida y la obra de Marx no fue para Jones una invención del régimen soviético, sino que había comenzado a forjarse en la época de su muerte, para desarrollarse en los 30 años siguientes. La invención de lo que llegó a ser rotulado como «marxismo» fue, al principio y en buena medida, una creación de Engels en sus libros y panfletos, partiendo del Anti-Dühring (1878). Fue también, sigue Jones, una elaboración de los líderes del Partido Socialdemócrata de Alemania (spd, por sus siglas en alemán), particularmente de August Bebel, Karl Kautsky, Eduard Bernstein y Franz Mehring. Esta entidad era, en los años previos a 1914, el mayor partido socialista del mundo y ejerció una influencia preponderante en el devenir de este movimiento en todo el planeta. En parte por convicción, pero ante todo para reforzar la autoridad del partido, sus líderes juzgaron oportuno velar por la reputación de Marx y promoverlo como el fundador revolucionario de la ciencia de la historia37. Cuando el marxista libertario Maximilien Ruben formuló por primera vez, en 1970, la tesis de Engels como fundador del marxismo, los organizadores del Congreso reunido en Wuppertal para celebrar los 150 años del natalicio del gran amigo de Marx no dudaron en retirarle la invitación38. Sin embargo, esta tesis –ciertamente depurada de sus formas más provocativas, como las que hoy sostiene el británico Norman Levine39– fue abriéndose camino, a punto tal que devino uno de los pilares sobre los que se erigió la Historia del marxismo que dirigió Eric Hobsbawm una década después40.
En el presente, la distinción entre Marx y marxismo ha ganado amplio consenso historiográfico. Salvo las izquierdas más recalcitrantes, nadie cree que Lenin sea el continuador necesario y único de Marx, sino uno de los tantos marxistas del siglo xx que hizo una original y exitosa apropiación del legado marxiano. En la historia del marxismo, Lenin tiene su propio y decisivo capítulo, pero ha pasado a ser uno entre muchos otros. La totalidad de los nuevos biógrafos de Marx toman esta distinción como premisa, aunque cada uno la formule a su modo, con diversas inflexiones. Esto no quiere decir que se desentiendan del legado dejado por Marx, sino que se abstienen de ingresar en un terreno que consideran distinto y que en todo caso amerita otras obras: qué es lo que ha hecho la posteridad con ese legado. Donde termina la biografía de Marx, comienza la del marxismo. Pero para volver a abordar la vida decimonónica de Marx es necesario desbrozar la historia del marxismo de fines del siglo xix y del siglo xx. Jones lleva este juego tan lejos que nombra a su biografiado simplemente como «Karl», un modo irónico de tomar distancia de las múltiples connotaciones asociadas al significante «Marx».
Incluso para un marxista crítico como Michael Heinrich, es necesario distanciarse de aquellas corrientes que, designándose «marxistas», transformaron a Marx en un «icono» y escindieron su obra de «su proceso de creación», para convertirla en «un sistema de afirmaciones atemporales». Sin embargo, levanta toda una serie de reparos ante ciertas demandas de «historización» que buscarían simplemente reponer a Marx en su siglo de modo tal que hoy ya «no tenga nada que decirnos»41. Ciertamente, como argumenta Sperber, los industriales textiles de la época de Marx poco tienen que ver con los capitalistas globalizados de Silicon Valley o de Shanghái. El mundo capitalista, en efecto, ha vivido en estos dos siglos transformaciones colosales. Sin embargo, para Heinrich, el periodo revolucionario que transcurrió entre 1790 y 1860 constituyó una «ruptura fundamental entre épocas históricas», sin parangón con las transformaciones sufridas luego por el capitalismo contemporáneo. Estas acontecieron, durante el último siglo y medio, dentro de los límites de las estructuras económicas y sociales establecidas entonces. «Marx fue un producto de esa ruptura epocal y, al mismo tiempo, representa una excepcional instancia de reflexión sobre ella»42. De allí el título de esta nueva biografía, que nos ofrece un Marx resituado en las coordenadas del siglo xix pero como un testigo lúcido y crítico del «nacimiento de la sociedad moderna», una época histórica que sigue, nos guste o no, siendo la nuestra.
Representaciones imaginarias
El debate en torno de Marx permanece (y permanecerá) abierto, pero es otro que el del siglo xx. El último triunfo póstumo de Marx fue verse liberado de la pesada hipoteca de las últimas décadas del siglo pasado, cuando era considerado el responsable intelectual de los comunismos reales. El siglo xx había concluido con la esperanza de «liberar a Marx», de abordar un Marx «sin ismos»43. El desprestigio de estos «ismos», la desaparición de los centros de codificación y edición del «marxismo» (Moscú, Berlín o Beijing), el descrédito de los manuales de «marxismo-leninismo» y de las interpretaciones canónicas que culminaban en el triunfo inexorable del comunismo, con sus líderes infalibles y sus Estados guía, arrastraron en un primer momento a Marx y su obra. Sin embargo, Marx volvió a emerger de entre los escombros del Muro de Berlín. No el mismo Marx, claro, sino un pensador más secularizado, menos sujetado a las experiencias políticas y los sistemas ideológicos del siglo xx.
Su descolocación respecto de las viejas genealogías y su actual recolocación en el pensamiento moderno han transfigurado también nuestra imagen de Marx. Para corroborar esta mutación en el imaginario social, basta contrastar la solemne iconografía de los viejos retratos del barbado Marx con las irreverentes intervenciones a las que los jóvenes diseñadores gráficos han sometido sus daguerrotipos en la web, en las revistas estudiantiles, en los fanzines, en los afiches, en los pines. Este Marx con su barba teñida de verde, sus ojos maquillados con rímel o sus labios con carmín dialoga mejor con las jóvenes generaciones del siglo xxi que aquel Marx hierático de las estatuas.
Las representaciones icónicas de Marx, Engels y Lenin, los enormes carteles de Marx, Lenin, Stalin y Mao que portaban en la década de 1950 y 1960 los manifestantes chinos, mostrándolos en simultaneidad, como si hubieran sido coetáneos, parecen remitirnos a un pasado remoto. Marx y Engels siguen apareciendo como los prototipos de una amistad fraternal y de una comunidad de ideas extraordinaria, pero ya no son el monstruo de dos cabezas de las representaciones del pasado, donde las biografías y las obras se solapaban y confundían. Marx no aparece hoy, como en 1900, en compañía de Charles Darwin, ni como en 1920, preludiando a Lenin y los bolcheviques. Lenin sigue siendo marxista, pero Marx ya no es leninista. Hoy es frecuente encontrarlo más próximo a figuras como Nietzsche y Freud, formando parte de aquel curioso trío que Paul Ricoeur bautizara «los maestros de la sospecha»44. El autor de El capital parece haber descendido de su pedestal para dialogar de igual a igual, como seguramente le hubiera complacido, con Spinoza o con Pascal, para discutir con Hannah Arendt o con Carl Schmitt, y con muchas otras figuras antes excluidas del canon comunista. Las feministas y los ecologistas lo interrogan con desenfado, buscan sus puntos ciegos frente al orden patriarcal o los recursos naturales no renovables del planeta. Los decoloniales le enrostran una visión eurocéntrica; los posmodernos, una metafísica de la historia; los liberales, su crítica del derecho y de la representación política. Ya no tiene respuestas para todas las preguntas, pero seguimos dialogando con Marx.
Y si bien en la estatua de bronce que el artista chino Wu Weishan esculpió para Tréveris Marx se eleva algunos metros por sobre la cabeza de los simples mortales, se lo ve más pensativo y menos asertivo que en los monumentos del pasado.
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1.
J.-M. Benoist: Marx est mort, Gallimard, París, 1970. Para un análisis de esta obra y sus circunstancias, v. Roger Mondoué: «Nouveaux philosophes» et antimarxisme, L’Harmattan, París, 2009.
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2.
Paulina Andrade: «Karl Marx: Tréveris, su pueblo, abre la mayor exposición» en La Tercera, 6/5/2018.
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3.
Cit. en Gemma Casadevall: «División en Alemania en los actos del bicentenario del nacimiento de Karl Marx» en Efe, 5/5/2018.
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4.
M. Seltz: «200 años de Karl Marx. 4 ideas del ideólogo de la Revolución Rusa que siguen vigentes a pesar del fracaso del comunismo» en BBC Mundo, 4/5/2018.
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5.
Agencia Efe: «Juncker pide situar a Marx en su contexto sin culparle de crímenes comunistas» en Eldiario.es, 4/5/2018.
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6.
Jonathan Sperber: Karl Marx. Una vida decimonónica, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2013, p. 12.
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7.
Thomas Piketty: El capital en el siglo XXI, FCE, Ciudad de México, 2015.
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8.
H. Tarcus: La Biblia del Proletariado. Editores y traductores de El capital en el mundo hispanohablante, Siglo Veintiuno, Buenos Aires, 2018.
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9.
V. al respecto el artículo de Pedro Ribas sobre el proyecto mega en este mismo número.
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10.
Theodor Shanin: «El último Marx: dioses y artesanos» en T. Shanin (ed.): El Marx tardío y la vía rusa. Marx y la periferia del capitalismo, Revolución, Madrid, 1990, pp. 56-58.
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11.
P. Scaron: «Advertencia del traductor» en K. Marx: El capital. Crítica de la economía política t. 1 vol. 1, Siglo Veintiuno, Buenos Aires, 1975, p. x.
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12.
J.-P. Sartre: Critique de la raison dialectique. Précédé de Questions de méthode: Théorie des ensembles pratiques, Gallimard, París, 1985, p. 105 [hay edición en español: Crítica de la edición dialéctica, Losada, Buenos Aires, 2004, 2 vols.]; G. Lukács: «Mi camino hacia Marx» en El joven Lukács, Pasado y Presente, Córdoba, 1970, p. 134.
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13.
R. Keucheyan: Hemisferio izquierda. Un mapa de los nuevos pensamientos críticos, Siglo Veintiuno, Madrid, 2013.
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14.
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